¿Puede ser el déficit afectivo una causa de enfermedad?
M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998
El gran desarrollo de la Medicina desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, ha cambiado por completo la cantidad y calidad del bienestar humano, especialmente en las sociedades industriales avanzadas. El descubrimiento de Pasteur acerca de la vida microscópica y de su enorme incidencia en la enfermedad de los seres vivos ha conducido a un gran control de las enfermedades infecciosas. Pero, a la par que se van controlando este tipo de enfermedades, estamos asistiendo a la emergencia de un gran número de 'nuevas' enfermedades o, mejor dicho, de enfermedades que antes del siglo XX no tenían casi oportunidad de aparecer.
La característica común de todas estas 'nuevas' enfermedades es que no son causadas por agentes microbianos, es decir, ni por virus ni por bacterias. Enfermedades como el cáncer, el infarto, la alergia, la depresión o la obesidad mantienen a la comunidad científica en un perpetuo desconcierto acerca de su origen. Sabemos muchas cosas de ellas, cómo paliar sus síntomas e incluso cómo eliminarlas, pero sus causas son aún un misterio científico en la actualidad.
En este artículo queremos plantear la idea de que el déficit afectivo crónico es la causa de enfermedades no infecciosas y de trastornos del comportamiento.
En otro artículo de esta Web (véase ¿Qué es el afecto?) hemos visto que la especie humana es extraordinariamente social. Necesita, a lo largo de toda su vida, la ayuda y la colaboración de sus congéneres para sobrevivir y reproducirse. Las diversas formas de ayuda y colaboración social que intercambiamos los seres humanos para lograr nuestra supervivencia las agrupamos bajo el término común de 'afecto'. Tambien hemos visto como el afecto se proporciona realizando cualquier clase de trabajo no remunerado en beneficio de los demás.
¿Qué puede ocurrir cuando una persona no recibe suficiente ayuda de las demás? ¿O cuando una persona proporciona mucha más ayuda de la que recibe? Es decir, ¿qué puede ocurrir cuando una persona tiene un déficit afectivo? Creemos que este tema no ha recibido la atención científica que se merece, a pesar de que la economía de los intercambios afectivos es crucial para la supervivencia del individuo.
Para evaluar la relación entre el déficit afectivo y la salud de un organismo es necesario prestar un poco más de atención a lo que significa el hecho de dar afecto. Hemos dicho que dar afecto significa efectuar alguna clase de trabajo cerebral no remunerado en beneficio de otra persona (véase ¿Qué es el afecto?). Cuando un organismo realiza un trabajo, consume una parte de la energía que posee, proporcionalmente a la magnitud del trabajo realizado y a la eficacia con que lo realiza. No sólo consume energía metabólica sino que consume parte de su capacidad de procesamiento cerebral. Efectivamente, para la mayoría de trabajos se necesita utilizar el cerebro para coordinar todas las acciones involucradas en realizar la tarea. Esto significa que el cerebro deja de atender a otras actividades menos urgentes para concentrarse en la tarea principal.
Aunque sabemos muy poco del cerebro, la Neurobiología nos enseña que el cerebro ejerce un importante control de las funciones y actividades vitales para el organismo. El cerebro se informa, procesa y trata de controlar los acontecimientos internos y externos del organismo. Por lo tanto, del cerebro dependen la salud de todos los órganos del cuerpo y la adaptación al medio de todo el organismo. Cada fallo del cerebro, cada error de cálculo, se traduce, tarde o temprano, en una disfunción, por pequeña que sea, de alguna parte del organismo.
Así, una disminución significativa la eficacia del cerebro producirá una anomalía o enfermedad en algún lugar del organismo. Aunque la evolución que nos precede nos ha dotado genéticamente de un organismo muy eficaz y resistente a las anomalías tanto internas como externas, no cabe duda que, si el cerebro no ejerce su control adecuadamente sobre alguna función orgánica, esta acabará desestabilizándose en forma de enfermedad o trastorno. Lo que queremos razonar es que el déficit afectivo sistemático disminuye la eficacia del cerebro y, en consecuencia, origina enfermedades y trastornos del comportamiento.
¿En qué consiste un déficit afectivo? Hemos visto que el afecto es la ayuda social que intercambiamos los seres humanos con el fin de poder sobrevivir y que ello se realiza mediante el trabajo no remunerado en beneficio de los demás. La parte más importante de este trabajo lo realiza el cerebro. Cada persona recibe ayuda (afecto) y, a su vez, proporciona ayuda (afecto) a los demás. A su vez, cada individuo tiene necesidades afectivas distintas, en cantidad y cualidad, dependiendo de su grado de autonomía. Los niños, por ejemplo, necesitan grandes cantidades de afecto ya que, por ellos mismos, tienen muy poca capacidad para obtener los recursos que necesitan. Los adultos, por el contrario, necesitan menos afecto en general, aunque no pueden prescindir de él.
Cuando una persona carece de ayuda suficiente para sobrevivir adecuadamente experimenta un déficit afectivo. Pero para ello no sólo hay que tener en cuenta la ayuda que recibe sino también la ayuda que proporciona. Si proporciona mucha más ayuda de la que recibe de los demás, también puede experimentar un déficit afectivo.
Teniendo en cuenta que el trabajo fundamental lo realiza el cerebro, si designamos por WT la cantidad total de trabajo que puede realizar una persona, por Wp la cantidad de trabajo que porporciona, por Wr el trabajo que recibe y por Ws la cantidad total de trabajo que necesita para sobrevivir, todo ello referido a un periodo de tiempo determinado, definimos el estado de déficit afectivo cuando se cumple la siguiente condición:
WT - Wp + Wr < Ws
Es decir, se produce un déficit afectivo cuando el trabajo total que puede
realizar una persona, menos el trabajo (afecto) que proporciona a los demás,
más el trabajo (afecto) que recibe de los demás es inferior a la cantidad de
trabajo que necesita para sobrevivir.En el caso de los niños, el déficit afectivo se producirá, en general, por el hecho de no recibir la ayuda suficiente para desarrollarse normalmente. Puesto que los niños tienen menos capacidad para realizar trabajo (WT << Ws), el déficit dependerá fundamentalmente de la escasez de la ayuda recibida (Wr).
En los adultos maduros el déficit afectivo se producirá por proporcionar ayuda a los demás por encima de sus posibilidades. Los adultos maduros tienen una mayor capacidad afectiva ( WT > Ws) y, por tanto, el déficit se producirá cuando la ayuda que prestan a los demás les prive de la energía suficiente para sobrevivir. Las personas que tienden a ayudar a las demás sin esperar ni recibir ningún tipo de recompensa suelen experimentar un déficit afectivo. El déficit afectivo en los niños es algo que intuimos habitualmente, pero en los adultos suele pasar desapercibido.
Ahora bien, el déficit afectivo provoca que el cerebro esté sometido a un estrés excesivo debido a que, o bien tiene que atender a demasiadas situaciones que aún no está preparado para resolver, en el caso de los niños, o bien tiene que atender a demasiados problemas de otras personas, dejando de lado los propios problemas, en el caso de los adultos.
En los niños, el déficit afectivo se produce tanto por subprotección como por sobreprotección. La subprotección hace que el niño deba afrontar problemas sin tener la capacidad suficiente para superarlos, lo que conduce a un desarrollo desequilibrado de sus capacidades y de su personalidad. Por el contrario, la sobreprotección hace que el niño no adquiera los aprendizajes necesarios para sobrevivir, es decir, que sufra un grave déficit de desarrollo, de modo que, posteriormente, será incapaz de afrontar los retos que le imponga la vida. Ayudar al desarrollo de un niño significa protegerlo de las situaciones que no puede superar y desprotegerlo de (enfrentarlo a) las situaciones que sí tiene capacidad para resolver.
En los adultos, el déficit afectivo se produce cuando el trabajo de ayuda proporcionado a los demás merma su capacidad cerebral para atender a las propias necesidades. En general, todo adulto puede proporcionar una cierta cantidad de ayuda sin que, por ello, su cerebro no pueda atender a los requerimientos de su propia supervivencia. Pero existen muchas circunstancias que pueden favorecer el que un adulto sobrepase, sin darse cuenta, su límite personal de ayuda a los demás. Cuando esto ocurre, su cerebro pierde eficacia al tratar los problemas que incumben a su propia supervivencia y bienestar.
Por tanto, si un déficit afectivo persiste, el cerebro no dispone de suficiente capacidad para evaluar correctamente cada situación y empieza a procesar incorrectamente informaciones vitales para el organismo. Se produce, así, un aumento de la ineficacia del cerebro (disfunción neuronal) y sus consiguientes errores emocionales (Véase ¿Qué es la emoción?): cree tener hambre cuando no es así, cree que no hay peligro cuando en realidad sí existe, no tiene tiempo para pensar en sí mismo o no le preocupa el daño que se hace al fumar, etc. El resultado de esta persistente ineficacia es la aparición, tarde o temprano, de alguna forma de enfermedad o trastorno cerebral.
En resumen, creemos que una persistente falta de ayuda por parte de los demás (déficit afectivo) provoca un estrés cerebral o ineficacia cerebral que, a su vez, acaba produciendo enfermedades y trastornos de muy diversa índole, dependiendo de factores tales como la predisposición genética, la cultura o los determinantes ambientales.
Aunque parece que el déficit afectivo está en el origen de muchas enfermedades, no determina, sin embargo, la forma particular que adoptan. Esto es debido a la enorme complejidad del cerebro y a su función central en el devenir de todo el organismo. Una disfunción cerebral puede afectar a cualquier función del organismo y de cualquier forma posible. Las combinaciones son casi infinitas y, por tanto, las sintomatologías son muy diversas. Puesto que es imposible desentrañar la estructura de la información almacenada en el cerebro, sólo podemos aproximarnos a ella a través de los elementos externos que la configuran.
Simplificando, podemos decir que al cerebro le llegan tres tipos básicos de información: en primer lugar, información genética que le viene dada por la naturaleza particular del organismo en el que se encuentra, incluido él mismo (información acerca del 'hardware'). El cerebro tiene que controlar un enorme número de variables orgánicas que están definidas genéticamente (corazón, metabolismo, estómago, circulación sanguínea, huesos, músculos, etc.). En segundo lugar, el cerebro tiene que operar con información cultural, que en el caso de la especie humana adquiere su máxima expresión. Conocimientos, valores, normas sociales, símbolos, etc. constituyen informaciones muy complejas que operan directamente en y desde el cerebro (programas de actuación o 'software'). Finalmente, el cerebro tiene que procesar un gran flujo de información ambiental determinada por las condiciones externas en las que debe operar el organismo. La interrelación e integración de estas tres modalidades de información en cada cerebro particular determina la forma concreta en la que se manifiestan las disfunciones cerebrales en ese organismo. Así, podemos hablar de la incidencia simultánea y variable de los tres factores en la determinación de la sintomatología particular de cada caso.
Los factores genéticos o predisposiciones genéticas son muy importantes porque determinan los puntos estructurales más débiles del organismo. De esta forma, la ineficacia cerebral tenderá a manifestarse en primer lugar en aquellos puntos del organismo estructuralmente más débiles. Pero las enfermedades no aparecen por el simple hecho de tener una predisposición genética. Es necesario que el cerebro cometa muchos errores para que se manifiesten en el lugar donde señalan los genes del enfermo. El avance de la investigación genética nos permite conocer mejor cuales son los puntos débiles del organismo y ayudar a prevenir que se colapsen. Pero, para prevenir que una predisposición genética se manifieste en enfermedad, será necesario contar también con los déficits afectivos que puedan provocar la enfermedad.
Una de las razones por las que se hace difícil ver en la práctica la relación entre el déficit afectivo y la enfermedad es la enorme resistencia de nuestro organismo frente a las anomalías. Miles de millones de años de evolución a nuestras espaldas nos han dotado de un organismo capaz de resistir grandes pruebas. Es por ello que, con frecuencia, sólo al cabo de varios años un déficit afectivo se manifiesta en enfermedad, lo que dificulta enormemente ligar ambos hechos.
No obstante, esta situación parece estar cambiando debido a que, desde la Revolución Industrial, la selección genética está desapareciendo. Cada nueva generación de hombres industriales incorpora variantes genéticas endebles, cuando no perniciosas, que no desaparecen debido a que las condiciones de extremada abundancia permiten su reproducción, pasando a formar parte del acervo genético de la población. El resultado es que cada nueva generación humana es más débil genéticamente que la anterior. Por tanto, es de esperar que el tiempo necesario para que un déficit afectivo se manifieste en enfermedad se irá acortando en las próximas generaciones y se hará más patente su incidencia en la salud de los seres humanos.
Pero no sólo intervienen factores genéticos para señalar los puntos débiles del organismo. Otro gran grupo de factores son los culturales. La cultura, o información almacenada físicamente en el cerebro, constituye el 'software' vivo del organismo y determina una gran parte de su orientación conductual. Predispone al cerebro para atender diferencialmente a unos estímulos frente a otros, a dar más importancia a unas cosas que a otras. Por tanto, también podemos hablar de predisposición cultural a determinadas enfermedades.
Un ejemplo servirá para ver como actúa la predisposición cultural. Supongamos que una persona da una enorme importancia a su imagen externa, a como le ven los demás. Su cerebro estará programado para atender, en primera instancia, a todo aquello que pueda afectar a su imagen externa. Por lo tanto, el cerebro tenderá a descuidar más las funciones de órganos internos, que no tienen una manifestación externa. El resultado será que, si esta persona está sometida a un déficit afectivo crónico, padezca una enfermedad que retrase al máximo su manifestación externa, como por ejemplo infarto, cáncer, etc. Es decir, factores culturales han determinado o limitado la localización de una enfermedad.
Otro ejemplo muy frecuente es cuando una persona tiene un alto grado de responsabilidad frente a los demás y, por tanto, no puede permitirse el 'lujo' de estar enferma. Durante muchos años no manifiesta ningún síntoma ni ninguna debilidad. Pero llega un día en que, inexplicablemente, cae eferma, de forma grave e irreversible, sin esperanza alguna de recuperación. La incidéncia de los factores culturales, tales como la imagen externa o la responsabilidad frente a los demás, es aún muy poco conocida y es necesario aumentar su investigación.
Por último, también hay que destacar los factores ambientales, como los geográficos y los socioeconómicos. Las enfermedades se distribuyen heterogéneamente según el hábitat y el nivel socioeconómico de los enfermos. Se sabe muy bien que la alimentación, la luz solar, la contaminación atmosférica, la humedad relativa, y miles de factores ambientales determinan la manifestación de una enfermedad. Igualmente, el nivel económico y social determina el acceso a determinados recursos que inciden sobre la aparición de determinadas enfermedades. Este grupo de factores, junto con los genéticos son los más estudiados y conocidos actualmente.
Una analogía nos servirá para ejemplificar esta idea. Imaginemos que colocamos una olla a presión sobre un fuego, llena de agua y con sus válvulas de seguridad soldadas. Sabemos que tarde o temprano estallará. ¿Cuál ha sido la causa de su explosión? Sin lugar a dudas, el calor que ha recibido ha producido un incremento de la presión interna por encima de su límite de resistencia. Por tanto, la causa de la explosión ha sido el excesivo calor recibido. Pero ¿cual será el lugar por el que estallará o de que forma estallará? Sólo podemos saber que estallará por su punto más débil y este dependerá de múltiples factores. Las impurezas en el material, la calidad de la fabricación, la resistencia de las soldaduras, etc., son factores que decidirán el lugar, el momento y el modo en que se producirá el estallido de la olla.
Lo que queremos plantear es que la enfermedad no infecciosa de un organismo, derivada de una ineficacia cerebral, es como el estallido de la olla. La enfermedad producida por un déficit afectivo se manifiesta en el punto más débil del organismo que está determinado por la interrelación simultánea de múltiples factores genéticos, culturales y ambientales.
En el siguiente cuadro tratamos de resumir este planteamiento conocido como 'enfoque biopsicosocial'. El enfoque biopsicosocial se ha desarrollado en estos últimos años debido a la creciente conciencia de que en la enfermedad no sólo están involucrados los problemas orgánicos específicos sino que, además, existen importantes factores psicológicos y sociales que intervienen en el origen y en el curso de muchas enfermedades (Véase los links de biopsicosocial).
Nuestro planteamiento es que un déficit afectivo significativo acaba produciendo algún tipo de disfunción neurológica, es decir, una disminución de la eficacia con que el cerebro procesa la información vital para la supervivencia del organismo. Esta situación, junto con un conjunto complejo de factores genéticos, culturales y ambientales, determina la manifestación de una sintomatología particular.
- trastornos psicológicos: depresión, angustia, fobia, obsesión, etc.
- conductas de riesgo: conducción temeraria, drogas, sobre o sub alimentación, etc.
- déficits de desarrollo: fracaso escolar, laboral, reproductivo, etc.
- comportamientos violentos: asesinatos, malos tratos, violaciones, robos, etc.
Las enfermedades no producidas por virus ni bacterias, tales como el cáncer, el infarto o la obesidad, por ejemplo, están íntimamente asociadas a los trastornos psicológicos y a las conductas de riesgo fundamentalmente.
En general, la ineficacia cerebral, producida por un déficit afectivo sistemático, produce algún trastorno en el funcionamiento cerebral que se manifiesta en algunas de las anomalías mencionadas. Estas, a su vez, acaban produciendo el padecimiento de alguna enfermedad somática. No obstante, creemos que una ineficacia cerebral puede traducirse directamente en una enfermedad somática, aunque no suele ser lo usual.
Por último, creemos que existen razones para pensar que incluso en las enfermedades infecciosas existe una incidencia del déficit afectivo. Aunque dichas enfermedades están causadas por agentes microbianos, es sabido que el organismo dispone de mecanismos de defensa frente a ellos. Y, por lo que sabemos del cerebro, la capacidad inmunológica de un organismo está afectada por el funcionamiento cerebral de forma directa y, sobre todo, indirecta. Por tanto, la debilidad de un organismo frente a los ataques microbianos también puede atribuirse a la existencia de un déficit afectivo.
En resumen, planteamos la hipótesis de que muchas de las enfermedades no microbianas y la mayoría de los trastornos del comportamiento están causados por un importante déficit afectivo en el enfermo y que múltiples factores (genéticos, culturales y ambientales) determinan la forma en que se manifiesta la enfermedad y su sintomatología.
Por tanto, el diagnóstico de la enfermedad debería incluir un análisis de las relaciones afectivas del enfermo con el fin de determinar la existencia de un probable déficit afectivo. Así, además de hacer el tratamiento oportuno de la sintomatología, se podría tratar de orientar al enfermo para resolver determinadas relaciones deficitarias que están en el origen de la enfermedad. Si no se actúa también sobre la causa de la enfermedad, es de esperar que la misma, u otra enfermedad se vuelva a manifestar al cabo de un cierto tiempo, y así, sucesivamente.
Ahora bien, una vez que se ha producido una enfermedad, es un error pensar que puede curarse mediante la eliminación del déficit afectivo que la provocó. Aunque el organismo tiene una cierta capacidad de autorecuperación, una enfermedad suele ser, en la mayoría de los casos, una degradación irreversible que sólo puede recuperarse mediante una intervención médica externa adecuada. Es decir, el diagnóstico de un déficit afectivo y su disminución o eliminación sólo produce efectos preventivos de la enfermedad, no curativos.
A veces ocurre que cuando una persona cae enferma gravemente, hace un cambio importante en sus relaciones afectivas, logrando disminuir, cuando no erradicar, los déficits afectivos existentes. El paciente no tiene conciencia de ello, pero el resultado suele ser una recuperación muy satisfactoria y un pronóstico favorable. Muchos cambios en las relaciones afectivas se producen como consecuencia de una enfermedad. La Biopsicología puede jugar un papel importante en la orientación y asesoramiento del enfermo para que este proceso no ocurra sólo de forma esporádica y azarosa. Es en este sentido que creemos que la Biopsicología puede ayudar a la Medicina en su objetivo final de lograr el bienestar y la salud de las personas.
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