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jueves, 4 de septiembre de 2014

Padres que no saben AMAR: consecuencias para los hijos

Psicoanálisis y Educación: LA CARENCIA AFECTIVA

 Lialdia.com  /    Jaime Icho Kozak  –  Recuerdo una canción de un juego infantil que decía: “Al don pirulero, al don pirulero, cada cual que atienda su juego, y si no, y si no una prenda tendrá”; es decir un castigo; después había que esconderse para que no te encontraran, y el primero al que se hallaba perdía.
Junto a este recuerdo de la infancia, pensé en el hecho de buscar y encontrar algunos sentidos, de aquellos que sugieren la familia, los niños y sus avatares emocionales.
Crecer no es un hecho natural sino una decisión.
Generalmente está aceptado, que al detenernos a pensar en las funciones de la familia, cualquiera sea la clase o tipo de que se trate, ésta tiene con respecto a sus hijos una serie de obligaciones.
Si reconocemos en el niño dos fuentes de comportamiento, una que reside en sus posibilidades genéticas, tanto biológicas como psíquicas; y otra que reside en las pautas familiares y culturales a las que debe adaptarse, tal vez estemos simplificando la cuestión, pero es en el intento de establecer un esquema, quizá inexacto pero útil a los fines de la exposición.
El niño, tal vez sea un resultado singular de un encuentro entre esos sistemas de fuerzas; y su desarrollo es probable, que corresponda a ciertos equilibrios.
Señalemos desde ahora, que tales objetivos se suelen alcanzar con el método de ensayo y error, y que además suelen llevar en su seno contenidos de conflictos, que le pueden otorgar matices de drama al proceso de maduración.
En el cachorro humano, las potencialidades orgánicas con que nace no alcanzan para asegurar la supervivencia.
Desde un punto de vista médico y social, se acepta que el pequeño no trae instintos que le aseguren sobrevivir; pero se sabe que no puede trasladarse por su propios medios; que se moriría de hambre si la organización familiar no lo alimentase; no sólo aportándole comida sino regulando cada detalle del acto alimenticio.
Hasta no hace mucho, se consideraba un esquema elemental que la familia se ponía en funcionamiento para cubrir el escaso bagaje instintivo del recién nacido. Y, estudios recientes demuestran que la evolución, no se produce simplemente sobre la base de una continua enseñanza condicionada, sino en base a un aprendizaje fuertemente decidido por alguien, que al parecer no había sido observado por los científicos, tan ocupados por la biología que se les había pasado por alto la importancia de la relación afectiva entre el recién nacido y su madre. La ausencia de tal vínculo, determina claramente situaciones que se conocen como efectos de la “carencia afectiva”; es decir trastornos producidos por desajustes en el amor.
Esta situación primordial, cuyo alcance se extiende al abrigo; a la higiene; a la defensa contra traumatismos arbitrarios y evitables; a infecciones que se podrían prevenir etc; expresa los riesgos del primer período de relaciones con la familia. Evidentemente, estamos hablando de las maneras de ejercer o descuidar la función madre.
Por otro lado, el nacimiento de un niño genera por su sola presencia, una serie nueva de funciones familiares, entre las que se incluye una redistribución de los papeles de cada uno como consecuencia de las situaciones de cambio en la pareja que pasa a ser una familia. Quiero decir, la que era sólo esposa o pareja, ahora pasa a ser madre y esposa; y que quien era marido, ahora también es padre.
Está bastante claro, para aquél que lo pueda o quiera visualizar, que dicho mapa afectivo replantea el orden de los derechos y obligaciones en varios sentidos.
Sin embargo, esta nueva posición de los personajes y de los roles, solamente en apariencia es regulada por las necesidades del recién llegado o sus progenitores; ya que en verdad desde las primeras horas la sociedad a través de la familia impone sus pautas.
Es decir: los horarios de tomas de pecho; el descanso nocturno; las normas de higiene y salubridad, se ajustan a costumbres establecidas, y hábitos de convivencia.
El pequeño desde un principio es ingresado en una maquinaria cultural y deseante, en la que se lo “educará” para introducirse en los modelos de las convenciones sociales en las que deberá desarrollarse para sobrevivir. De tal modo que medio social y emocional y niño se hallan estrechamente unidos, hasta el punto que si la cohabitación, es considerada satisfactoria, será difícil establecer qué dependió del niño o cuanto obtuvo la familia o la sociedad. Y, supongo, que la ecuación variará según las características de cada caso.

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