Por Camilo Ramírez Garza (*)
Parto de algunas preguntas básicas -¿acaso podríamos hacerlo de otra manera?- ¿Para qué le podría servir a un docente, independientemente del nivel académico en el que se desempeñe, el conocer la noción de transferencia en psicoanálisis[1] mientras desempeña su trabajo? ¿Podría darle un uso a ese saber? ¿Haría alguna diferencia a la hora de enseñar y transmitir?
De entrada pienso en la relación de contigüidad entre educación y psicoanálisis que otorgara Freud en su referencia a tres actividades imposibles (educar, gobernar y psicoanalizar) ¡Claro! Basta con ser analista o docente, lo mismo que gobernante, para darse cuenta que ninguna de esas actividades es “color de rosa”; cada campo está sujeto avatares, laberintos, malentendidos, problemáticas, interrogantes, retos….que dinamizan el ejercicio de cuestionarse no solo lo que se hace e intenta transmitir (su contenido, sentido, propuestas) sino lo que organiza o desorganiza cada oficio.
Si, dije oficio y no profesiones, puesto que hay mucho de oficio en educar, gobernar y psicoanalizar, en tanto que son experiencias que generan un “saber ahí” en “la trinchera” en contacto con el otro, más que requerir exclusivamente un a priori formativo académico de textos y manuales que pretendiera abarcar la totalidad de lo que implica, en el caso de la educación, transmitir saber. En ese sentido, para aprender hay que ponerse a enseñar.
Si tomamos la noción de transferencia en psicoanálisis –y un supuesto aporte para los docentes en su trabajo diario- tendríamos que plantear de partida que es una noción –como muchos conceptos en psicoanálisis- tomada por Freud de otro ámbito, en particular del económico.
La palabra alemana Übetragung (transferencia) hace referencia a una transferencia de dinero, de una cuenta a otra, o como cómicamente lo señala Jacko Zeller en su texto Diccionario del humor psicoanalítico: “Transferencia: operación o mecanismo mediante el cual se transfieren los fondos de uno a la cuenta del analista”[2] pero que es considerada en psicoanálisis como el conjunto de reacciones, sentimientos, afectos, pensamientos que un sujeto ubica en otro.
En el caso del psicoanálisis, lo que el analizante transfiere en la persona del psicoanalista, eso que él o ella consideran que el otro piensa, siente, hace, etc. y viceversa, la contratransferencia: aquellos pensamientos, actitudes, gestos, sentido que el psicoanalista “desplaza y deposita” sobre el analizante.
En el caso del maestro podríamos plantear que la transferencia –como experiencia psíquica de los humanos- sería aquellos pensamientos, actitudes, afectos, acciones, etc. que el maestro –valga la redundancia- transfiere en sus alumnos; misma que puede ser localizada mediante una pregunta elemental:
¿Quién es mi alumno para mi?
Si nos fijamos, no es lo mismo que un docente se plantee "¿Quién es el alumno?"; pregunta neutra, en donde no se ubica un referente, “para alguien” del alumno, dándole una existencia en solitario desimplicándose el mismo docente del proceso de enseñanza con su alumno, es decir responder desde un “para mí mi alumno es….”, pues al poder decir “Tu eres mi alumno/a”, también me doy la posibilidad de construirme un lugar, un Yo: si tu eres mi alumno, entonces “Yo soy tu maestro” lo cual me plantearía a mi como docente que lo que te sucede a ti en ese vinculo social maestro-alumno, me implica, es mi responsabilidad (es decir, respondo por ti) de transmitir-te… ¿conocimiento? ¿Información? ¿Experiencia? ¿Regaños? ¿Requisitos?
Por ello un docente que se implica con el aprendizaje y dificultades de sus alumnos no los ve de manera “serial” como simples piezas, masa o medio que tiene que padecer día a día, con tal de llegar al paradisíaco día de paga o a la jubilación. De ahí que el enseñar sea tanto una vocación como un oficio, que se generaría desde el deseo por transmitir y enseñar a alguien.
¿Qué es mi alumno para mí?
Decimos “¿Qué?” y no “¿Quién?” para precisamente poder ubicar al otro como un algo que me significa, implica y funciona como referente en la labor como docente. Dicha pregunta puede permitir a un docente plantearse algo sobre el sentido de su práctica a partir de advertir el significado subjetivo que tiene el otro (el alumno) para el o ella, a fin de saber a quien cree que le habla cuando se para al frente del grupo e intenta enseñar.
Y lo mismo vale para el alumno y sus padres, preguntarse:
¿Qué es mi maestro para mí?
A partir del reconocimiento de los “a prioris” que organizan en cierta forma la experiencia tanto para el docente como para los alumnos y padres de familia (aquello que cada docente cree que hace y por qué lo hace en su trabajo diario); puesto que la función y lugar social del docente están sujetos también a los cambios en las formas de definirlos, por ejemplo, cuando las lógicas de la empresa y la industria (certificaciones, operacionalizaciones, mediciones, etc.) se transfieren al ámbito de la escuela, se afecta y transforma no solo los lugares subjetivos y objetos de estudios del maestro y del alumno, sino se introducen nuevas formas de pensar la educación en general y aquello que los relaciona en particular,[3] por ejemplo, creer que entre más mecanismos de administración y vigilancia de recursos y evaluación en las escuelas, con sus lógicas de calidad, sus perfiles, al estilo de la industria se podría asegurar “el producto terminal”, en lugar de que el docente se ocupe de enseñar y el alumno de aprender.
De ahí que los malestares de la vida escolar sean considerados por dicho sistema, como una falla en los procesos de calidad como si de un producto industrial se tratara, diferente a lo que plantearíamos desde un enfoque psicoanalítico: los malestares tanto del maestro, como del alumno y de la vida escolar, son formas de re-introducir aspectos subjetivos singulares en la vida erógena de la enseñanza, ahí donde la seriación de la administración de programas fracasa.
En ese sentido, el síntoma escolar funciona como un intento de reconocimiento, de inclusión del alumno y del docente en tanto seres subjetivos, diferentes a un sistema de administración o una maquina biopolítica que se espera se dedique a cumplir tareas en tiempo y forma según su programación redactada en los modelos de certificación empresarial. No es casualidad que sea personal del campo de la ingeniería quienes hoy por hoy se dediquen a crear perfiles, procesos, competencias, actividades desde nivel básico a universidad, quienes intenten dar cuenta, definir, explicar, cuantificar y evaluar lo que tiene lugar cuando un maestro se para frente a un alumno a enseñar.
A manera de conclusión abierta, a seguir tratando en otros momento y espacios, podríamos plantear que la noción de transferencia en psicoanálisis puede aportarle al docente una cierta orientación que le permita, de inicio, interrogarse sobre su función, investidura y quehacer (ser alguien que presenta y ofrece objetos de conocimiento para que los alumnos transfieran sobre ellos algo, interés, enojo, alegría, duda, búsqueda, etc.), reconocer la dimensión subjetiva de su labor a partir de ubicar quién es el alumno al que le habla (Cuando voy a clases y estoy enseñando ¿A quién creo que le estoy hablando?) a fin de localizar algo del sentido que tiene para él o ella su enseñanza, su (pasión) por la transmisión; además de producir un saber-hacer-ahí-con-el-alumno en su labor, permitiendo encarar las dificultades que se le presenten en cada caso, con cada alumno, justo porque se da a la tarea de estar-con-ellos-tratándolos, los conoce y por ello sabría cómo solucionar un problema, justo porque se ocupa del sentido del problema del alumno (de conducta, académico, de relación, etc.) más que cuantificarlo, calificarlo y referirlo.
(*) Psicoanalista. Profesor de la Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, N.L. México.
http://camiloramirez.jimdo.com
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