Discutir con alguien que rara vez admite
sus errores y desprecia cualquier argumento ajeno puede llegar a ser
desesperante. Las personas soberbias muchas veces se creen
‘todopoderosas’, quieren alimentar su ego a costa de los demás y suelen
tener problemas en el entorno social
“Llegó a lo más alto de su carrera y se convirtió en un estúpido arrogante”.
¿Cuántas veces hemos escuchado la misma cantinela? Políticos,
deportistas, empresarios, cantantes o periodistas que un día probaron
las mieles del éxito y hoy no hay quien les baje de su pedestal.
“Se convierten en personas megalómanas porque creen que han alcanzado su ideal”, explica el psicólogo clínico Guillermo Blanco, vicepresidente de Imotiva. “No son conscientes de sus propias limitaciones. Perciben una realidad distorsionada”.
Aires de suficiencia, exaltación del yo y menosprecio hacia los demás son algunos de los síntomas de la soberbia. Quien cae en sus redes a menudo dificulta la comunicación con su actitud egocéntrica. Así lo afirma la psicóloga Miriam González, sociodirectora del grupo PGD.
Suelen estar a la defensiva en toda discusión: “Reaccionan ante la crítica de una manera desproporcionada, con rabia y vergüenza”, apunta González. A veces desprecian al otro por considerarle inferior a ellos, y son incapaces de hacer autocrítica.
Ese menosprecio también se demuestra en el amor y la amistad. “Una relación de calidad es casi imposible porque van buscando sumisión, acatamiento y pleitesía por la otra parte”, señala Blanco.
La falta de empatía es otro rasgo característico. “Sólo están pendientes de ellos mismos” y rara vez se preguntan cómo se puede sentir la otra persona, tal y como afirma el psicólogo. El narcisismo propio del soberbio en ocasiones crea una persona fría, prepotente y obsesionada consigo misma.
La ‘ceguera’ ante los propios defectos muchas veces nos lleva a justificar todos nuestros errores y echar balones fuera. “Yo nunca fracaso, y si lo hago es culpa de otro”.
Si no logramos ese éxito ansiado, no es extraño que aparezca la envidia. “El soberbio intenta mantener su ego a través del hundimiento emocional de los otros porque se siente amenazado”, expone Blanco.
Aunque triunfar en la vida profesional a menudo potencia la soberbia, no es un requisito imprescindible ni el único factor. “Hay personas que no han tenido retos no conseguidos en su infancia”, señala González. Los que peor llevan el fracaso son los que menos se han expuesto a él.
“Alguien con poder y aires de grandeza suele ser muy autoritario al mandar. No tiene en cuenta opiniones, críticas o sugerencias de su entorno”, añade Blanco. Si esa persona está en situación de obedecer, con frecuencia se rebela ante las normas establecidas.
Esta actitud suele deteriorar mucho las relaciones sociales. “En su interior se puede sentir muy bien, pero los que le rodean no van a querer tener contacto con él. Su soberbia es un foco de conflicto”, matiza la psicóloga.
“Estas personas al final acaban quedándose solas”, agrega Blanco. ¿Cómo hay que reaccionar cuando el soberbio es nuestra pareja, por ejemplo? “Hay que intentar buscar ese equilibrio entre el respeto y las emociones, así como forzar su empatía y plantear el problema con mano izquierda”, subraya.
González precisa que debemos ser conscientes de nuestras propias fortalezas y ver la soberbia del otro como una debilidad. “Al saber que forma parte de sus defectos, protejo mi autoestima”. En último término, es necesario valorar si nos compensa seguir cerca de esa persona. “A veces es preferible alejarse”, insiste Blanco.
No obstante, es difícil que otra persona se atreva a presentarles la realidad tal y como es; sobre todo porque los soberbios buscan gente sumisa y dependiente a su alrededor “para ser ellos los dueños y señores”.
Aunque debemos reconocer las propias capacidades, no es conveniente exagerarlas. Hace falta desprenderse de ese halo de prepotencia que a menudo nos impide ser realistas.
“Se convierten en personas megalómanas porque creen que han alcanzado su ideal”, explica el psicólogo clínico Guillermo Blanco, vicepresidente de Imotiva. “No son conscientes de sus propias limitaciones. Perciben una realidad distorsionada”.
Aires de suficiencia, exaltación del yo y menosprecio hacia los demás son algunos de los síntomas de la soberbia. Quien cae en sus redes a menudo dificulta la comunicación con su actitud egocéntrica. Así lo afirma la psicóloga Miriam González, sociodirectora del grupo PGD.
“Cuando no se habla sobre sus logros o éxitos no sienten interés, ni comodidad, y se distancian”.
Siempre a la defensiva
Las personas soberbias con frecuencia son susceptibles y propensas a la ira. Interpretan cualquier mínimo reproche como un ataque y no toleran nada bien la frustración.Suelen estar a la defensiva en toda discusión: “Reaccionan ante la crítica de una manera desproporcionada, con rabia y vergüenza”, apunta González. A veces desprecian al otro por considerarle inferior a ellos, y son incapaces de hacer autocrítica.
Ese menosprecio también se demuestra en el amor y la amistad. “Una relación de calidad es casi imposible porque van buscando sumisión, acatamiento y pleitesía por la otra parte”, señala Blanco.
La falta de empatía es otro rasgo característico. “Sólo están pendientes de ellos mismos” y rara vez se preguntan cómo se puede sentir la otra persona, tal y como afirma el psicólogo. El narcisismo propio del soberbio en ocasiones crea una persona fría, prepotente y obsesionada consigo misma.
La ‘ceguera’ ante los propios defectos muchas veces nos lleva a justificar todos nuestros errores y echar balones fuera. “Yo nunca fracaso, y si lo hago es culpa de otro”.
“Yo gano, tú pierdes”
En una sociedad colectivista, el todo es más importante que cada uno de los miembros que la integran. No ocurre lo mismo en nuestro entorno. “Vivimos en una sociedad individualista que hace que tú quieras tener éxito a costa de los demás”, detalla la psicóloga.Si no logramos ese éxito ansiado, no es extraño que aparezca la envidia. “El soberbio intenta mantener su ego a través del hundimiento emocional de los otros porque se siente amenazado”, expone Blanco.
Aunque triunfar en la vida profesional a menudo potencia la soberbia, no es un requisito imprescindible ni el único factor. “Hay personas que no han tenido retos no conseguidos en su infancia”, señala González. Los que peor llevan el fracaso son los que menos se han expuesto a él.
¿Cuáles son las consecuencias de que nos lo den todo hecho cuando somos niños y no tan niños? Baja tolerancia a la frustración, entre otros.
Relaciones sociales en peligro
¿Cómo repercuten este tipo de conductas en la vida laboral y familiar? Quien ‘sufre’ al soberbio puede llegar sentirse inútil. “En el trabajo a veces hay miedo a hablar con esa persona”. Y más si es tu jefe, quien además suele encajar en el perfil por sus destacados logros, explica González.“Alguien con poder y aires de grandeza suele ser muy autoritario al mandar. No tiene en cuenta opiniones, críticas o sugerencias de su entorno”, añade Blanco. Si esa persona está en situación de obedecer, con frecuencia se rebela ante las normas establecidas.
Esta actitud suele deteriorar mucho las relaciones sociales. “En su interior se puede sentir muy bien, pero los que le rodean no van a querer tener contacto con él. Su soberbia es un foco de conflicto”, matiza la psicóloga.
“Estas personas al final acaban quedándose solas”, agrega Blanco. ¿Cómo hay que reaccionar cuando el soberbio es nuestra pareja, por ejemplo? “Hay que intentar buscar ese equilibrio entre el respeto y las emociones, así como forzar su empatía y plantear el problema con mano izquierda”, subraya.
González precisa que debemos ser conscientes de nuestras propias fortalezas y ver la soberbia del otro como una debilidad. “Al saber que forma parte de sus defectos, protejo mi autoestima”. En último término, es necesario valorar si nos compensa seguir cerca de esa persona. “A veces es preferible alejarse”, insiste Blanco.
Soberbia en el espejo. ¿Cómo tratarla?
Una soberbia exagerada puede traer de la mano problemas psicológicos:- Patrón de conducta tipo A: Produce riesgo cardiovascular. Los numerosos afectados por este trastorno tienen un afán desmedido por conseguir metas que se imponen ellos mismos. “Necesitan reconocimiento externo, son muy competitivos y están en un estado de alerta permanente para que no les infravaloren”, expone la psicóloga.
- Trastorno de personalidad narcisista: Quienes lo padecen tienden a exagerar sus logros y capacidades, sacan provecho de los demás, tienen envidia o se creen envidiados, suelen ser arrogantes y tienen una fantasía de éxito ilimitado.
No obstante, es difícil que otra persona se atreva a presentarles la realidad tal y como es; sobre todo porque los soberbios buscan gente sumisa y dependiente a su alrededor “para ser ellos los dueños y señores”.
Según el psicólogo, es imprescindible trabajar la empatía y aprender a recibir críticas.
“Como no supe que era imposible, lo hice”
En la mente del soberbio no existen barreras: “Se siente grandioso y cree que puede hacerlo todo, lo que le ayuda a perseguir sus objetivos”, señala González.Aunque debemos reconocer las propias capacidades, no es conveniente exagerarlas. Hace falta desprenderse de ese halo de prepotencia que a menudo nos impide ser realistas.
Contra soberbia, humildad
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La observación nos dice que los seres humanos deseamos
constantemente sobresalir sobre los demás. Para ello nos atribuimos con
frecuencia cualidades que los demás no poseen y que juzgamos estimables.
En otros tiempos esas cualidades se consideraban virtuosas. Hoy ha
cambiado la mentalidad. Son muchos los que se glorían de sus vicios.
Sin embargo, la soberbia está muy unida a la mentira y también al “menosprecio” de los demás. Nos engañamos a nosotros mismos al sobrevalorar nuestras cualidades, porque ignoramos las de los demás.
Si la soberbia está ligada a la mentira, la humildad nos mantiene con los pies en la tierra. Brota del conocimiento de la verdad sobre nosotros mismos y sobre los demás.
Tanto la soberbia como la humildad configuran la identidad moral de la persona. Así se expresa San Juan de Ávila en su obra Audi filia: “Entienda el hombre que aquello de que se ensoberbece, presto se lo quitará Dios; y el tiempo que lo tiene le aprovechará muy poco, porque la soberbia o quita los bienes o los hace poseer sin provecho”.
Según el Santo, no debería caer en la soberbia quien al mirar hacia atrás ve cuán miserable cayó y al mirar al futuro no puede evitar el temor. Ante la tentación de la soberbia, el creyente ha de pedirle a Dios que le abra los ojos para conocer la verdad sobre Él y la verdad sobre sí mismo, “para que ni atribuya a Dios ningún mal, ni tampoco a sí algún bien”.
Para el cristiano, el máximo ejemplo de humildad es Jesús. Según el mismo San Juan de Ávila, “convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de todos los malos y males es la soberbia”.
Hemos de reconocer que nuestra soberbia no nos permite vivir en la verdad. No olvidemos que para Santa Teresa de Jesús, “humildad es caminar en verdad”. Por otra parte, sería bueno ver los pecados y las virtudes capitales en su dimensión social y comunitaria.
La soberbia tiene hoy dimensiones políticas evidentes. Los partidos políticos tienden a enaltecer su imagen, sus logros y sus proyectos, mientras desprecian los de sus oponentes. En realidad, muchos de los enfrentamientos de las regiones provienen precisamente de la altanería con la que se magnifican algunos datos que aparentemente reflejan la grandeza de las comunidades.
Además, la soberbia alcanza dimensiones continentales. Los países que se autodefinen como desarrollados, desprecian a otros países a los que sitúan en “vías de desarrollo”. En realidad esa catalogación se apoya en algunos datos predominantemente técnicos o económicos que, por otra parte, no siempre reflejan la honestidad de los bloques político-económicos.
Los países pobres cuentan con frecuencia con una cultura humana muy superior a la de los países más desarrollados. Vivir en la verdad favorecería la convivencia la tolerancia y el respeto mutuo entre los grupos sociales y entre los pueblos.
Nos llama la atención la compasión de un Dios que puede hacer cuanto quiere. Entre nosotros, quien pretende ostentar el poder, se siente autorizado a juzgar con altanería a los demás. Una actitud muy lejana al comportamiento de Dios.
El texto extrae una doble lección moral: “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. El proceder de Dios nos revela su corazón y puede enderezar el nuestro.
CLARIDAD Y PACIENCIA
Es un mal tratar de exterminar a los malos. El sueño utópico de la limpieza universal es admirable, pero peligroso. En las comunidades cristianas primitivas hubo quien pretendía que sólo los intachables podrían formar parte de las mismas. En ese contexto había que recordar la parábola evangélica del trigo y la cizaña.
Algunos criados sugieren a su amo la necesidad de arrancar inmediatamente la cizaña. Pero el amo teme que al arrancar la cizaña arranquen también el trigo. No es fácil controlar a los controladores. Así que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el tiempo de la siega (Mt 13, 24-43). Hace falta un poco de paciencia.
La parábola no da la razón a los intransigentes, que quisieran terminar inmediatamente con el mal. Pero tampoco se la da a los indiferentes, que ya no ven una distinción entre el bien y el mal. A unos y otros nos enseña que no somos los jueces definitivos de la historia. Hace falta mucha claridad para distinguir el bien y el mal.
JUNTOS HASTA LA SIEGA
“Dejadlos creced juntos hasta la siega”. Esta advertencia del dueño del sembrado se refiere al trigo y la cizaña. Junto han de llegar al juicio de Dios. Entonces, “los justos brillarán como el sol en el reino de los cielos”, como termina diciendo Jesús.
• “Dejadlos creced juntos hasta la siega”. No tienen razón los indiferentes. El bien y el mal no se confunden. La cizaña no se convierte en trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en la sociedad. La realidad es más terca que nuestras etiquetas.
• “Dejadlos creced juntos hasta la siega”. Pero nuestras etiquetas no nos dan derecho a destruir la realidad. Porque nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal.
- Señor Dios, que sembraste buena semilla en tu campo, ayúdanos a dar el fruto bueno que esperas de nosotros. Ten misericordia de nosotros y enséñanos a juzgar con misericordia a todos nuestros hermanos. Amén.
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Si la soberbia está ligada a la mentira, la humildad nos mantiene con los pies en la tierra. Brota del conocimiento de la verdad sobre nosotros mismos y sobre los demás.
Tanto la soberbia como la humildad configuran la identidad moral de la persona. Así se expresa San Juan de Ávila en su obra Audi filia: “Entienda el hombre que aquello de que se ensoberbece, presto se lo quitará Dios; y el tiempo que lo tiene le aprovechará muy poco, porque la soberbia o quita los bienes o los hace poseer sin provecho”.
Según el Santo, no debería caer en la soberbia quien al mirar hacia atrás ve cuán miserable cayó y al mirar al futuro no puede evitar el temor. Ante la tentación de la soberbia, el creyente ha de pedirle a Dios que le abra los ojos para conocer la verdad sobre Él y la verdad sobre sí mismo, “para que ni atribuya a Dios ningún mal, ni tampoco a sí algún bien”.
Para el cristiano, el máximo ejemplo de humildad es Jesús. Según el mismo San Juan de Ávila, “convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de todos los malos y males es la soberbia”.
Hemos de reconocer que nuestra soberbia no nos permite vivir en la verdad. No olvidemos que para Santa Teresa de Jesús, “humildad es caminar en verdad”. Por otra parte, sería bueno ver los pecados y las virtudes capitales en su dimensión social y comunitaria.
La soberbia tiene hoy dimensiones políticas evidentes. Los partidos políticos tienden a enaltecer su imagen, sus logros y sus proyectos, mientras desprecian los de sus oponentes. En realidad, muchos de los enfrentamientos de las regiones provienen precisamente de la altanería con la que se magnifican algunos datos que aparentemente reflejan la grandeza de las comunidades.
Además, la soberbia alcanza dimensiones continentales. Los países que se autodefinen como desarrollados, desprecian a otros países a los que sitúan en “vías de desarrollo”. En realidad esa catalogación se apoya en algunos datos predominantemente técnicos o económicos que, por otra parte, no siempre reflejan la honestidad de los bloques político-económicos.
Los países pobres cuentan con frecuencia con una cultura humana muy superior a la de los países más desarrollados. Vivir en la verdad favorecería la convivencia la tolerancia y el respeto mutuo entre los grupos sociales y entre los pueblos.
LA CIZAÑA, EL MAL Y LOS MALOS
Domingo 16 del Tiempo Ordinario, A.
20 de julio de 2014
“Tú, poderosos soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con
gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres”. Esta oración se
encuentra en el texto del libro de la Sabiduría que hoy se proclama en
la celebración de la Eucaristía (Sap 12, 13.16-19).Domingo 16 del Tiempo Ordinario, A.
20 de julio de 2014
Nos llama la atención la compasión de un Dios que puede hacer cuanto quiere. Entre nosotros, quien pretende ostentar el poder, se siente autorizado a juzgar con altanería a los demás. Una actitud muy lejana al comportamiento de Dios.
El texto extrae una doble lección moral: “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. El proceder de Dios nos revela su corazón y puede enderezar el nuestro.
CLARIDAD Y PACIENCIA
Es un mal tratar de exterminar a los malos. El sueño utópico de la limpieza universal es admirable, pero peligroso. En las comunidades cristianas primitivas hubo quien pretendía que sólo los intachables podrían formar parte de las mismas. En ese contexto había que recordar la parábola evangélica del trigo y la cizaña.
Algunos criados sugieren a su amo la necesidad de arrancar inmediatamente la cizaña. Pero el amo teme que al arrancar la cizaña arranquen también el trigo. No es fácil controlar a los controladores. Así que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el tiempo de la siega (Mt 13, 24-43). Hace falta un poco de paciencia.
La parábola no da la razón a los intransigentes, que quisieran terminar inmediatamente con el mal. Pero tampoco se la da a los indiferentes, que ya no ven una distinción entre el bien y el mal. A unos y otros nos enseña que no somos los jueces definitivos de la historia. Hace falta mucha claridad para distinguir el bien y el mal.
JUNTOS HASTA LA SIEGA
“Dejadlos creced juntos hasta la siega”. Esta advertencia del dueño del sembrado se refiere al trigo y la cizaña. Junto han de llegar al juicio de Dios. Entonces, “los justos brillarán como el sol en el reino de los cielos”, como termina diciendo Jesús.
• “Dejadlos creced juntos hasta la siega”. No tienen razón los indiferentes. El bien y el mal no se confunden. La cizaña no se convierte en trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en la sociedad. La realidad es más terca que nuestras etiquetas.
• “Dejadlos creced juntos hasta la siega”. Pero nuestras etiquetas no nos dan derecho a destruir la realidad. Porque nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal.
- Señor Dios, que sembraste buena semilla en tu campo, ayúdanos a dar el fruto bueno que esperas de nosotros. Ten misericordia de nosotros y enséñanos a juzgar con misericordia a todos nuestros hermanos. Amén.