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Livier Navarro Yamuni
Se entiende por acoso moral la manifestación permanente y sublime de una conducta abusiva y especialmente de desgaste psicológico, que incluye comportamientos, palabras, actos, gestos y escritos que puedan atentar contra la personalidad, la dignidad o la integridad física o psíquica de un individuo. Se trata de un fenómeno circular, de una serie de comportamientos deliberados por parte del agresor que están destinados a desencadenar la ansiedad en la víctima, lo que provoca en ella una actitud defensiva que a su vez genera nuevas tensiones. El primer acto del agresor consiste en paralizar a su víctima para que no pueda defenderse, de modo que por mucho que ésta intente comprender qué ocurre, no tiene herramientas para hacerlo. La víctima no se da cuenta de esta manipulación perversa y no reacciona cómo lo haría en un proceso normal y corriente. Mediante un proceso de acoso moral, o de maltrato psicológico, un individuo puede hacer pedazos a otro. La perversidad no proviene de un trastorno psíquico o psicológico, sino de una fría racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás como seres humanos de igual a igual. Cada uno de nosotros puede utilizar puntualmente un proceso perverso. Esto sólo se vuelve destructor con la frecuencia y la repetición a lo largo del tiempo. Un individuo perverso es permanentemente perverso. Se encuentra fijado a ese modo de ser, de relacionarse con el otro y no se pone en tela de juicio a sí mismo jamás. No tiene compasión ni respeto por los demás. Respetar al otro supondría considerarlo en tanto que ser humano y reconocer el sufrimiento que se le aflige. Estos individuos necesitan rebajar a los demás para adquirir autoestima y mediante esta, adquirir poder, pues están necesitados de admiración y aprobación. El agresor suele engrandecerse a costa de rebajar a los demás y evitar cualquier conflicto interior al descargar sobre el otro la responsabilidad de lo que no funciona. Las técnicas perversas utilizadas son rechazar la comunicación directa, descalificar, desacreditar, aislar e inducir a error. La negación de la comunicación directa es el arma principal de los perversos. El acosador es frío y malvado pero no de una forma ostensible que pudiera traerle problemas, sino que simplemente hace uso de pequeños retoques desestabilizadores que son difíciles de identificar. Suele utilizar técnicas de desestabilización como las insinuaciones, las alusiones malintencionadas, la mentira y las humillaciones. Por medio de estos métodos y de palabras aparentemente anodinas y de cosas que no se dicen, es posible desestabilizar a alguien o incluso destruirlo sin que su círculo de allegados se percate de ello y puedan llegar a intervenir. Las víctimas, al principio y contrariamente a lo que los agresores pretenden hacer creer, no son personas afectadas de alguna patología o particularmente débiles. Al contrario, el acoso empieza cuando una víctima reacciona contra el autoritarismo de la otra parte y no se deja avasallar. El acoso se hace posible porque viene precedido de una descalificación de la víctima por parte del perverso. Esta depreciación de la víctima justifica posteriormente la crueldad que se ha ejercido contra ella y conduce a pensar que se merece lo que le ocurre. Cuando un proceso de acosos se instaura, la víctima es estigmatizada. Se dice que el trato con ella es imposible, que tiene mal carácter o que está loca. Se considera que su manera de ser es la responsable de las consecuencias del conflicto, y la gente se olvida de cómo era antes o de cómo es en otros contextos. Una vez que a la víctima se le saca de sus casillas, no es extraño que se convierta en lo que se pretende convertirla. Para que esto resulte creíble, hay que descalificar al otro con el fin de empujarlo a comportarse de un modo reprensible. La violencia perversa puede darse en cualquier ámbito de nuestra vida, puede darse en la pareja, en la familia, en el ámbito laboral, social, etc. Aunque se trate de contextos distintos el funcionamiento es similar. El punto común de todas las situaciones de acoso moral es que son indecibles. Se trata de una violencia probada, aunque se mantenga oculta, que tiende a atacar la identidad del otro y a privarlo de toda individualidad. La violencia perversa aparece en momentos de crisis, cuando un individuo que tiene defensas perversas no puede asumir la responsabilidad de una elección difícil. Se trata de una violencia indirecta que se ejerce esencialmente a través de una falta de respeto. Los procedimientos perversos aparecen con mucha frecuencia en los casos de separación y divorcio. Otras veces, el acoso es suscitado por sentimientos de envidia de alguien que posee algo que los demás no tienen. En la vida cotidiana no nos atrevemos a hablar de perversidad. Corresponde aun juicio de valor. Nombrar la perversidad es grave. La mayoría de las veces se reserva este término para actos de gran crueldad. Dejar de nombrar la perversidad es un acto todavía más grave, pues supone tolerar que la víctima permanezca indefensa, que sea agredida y que se le pueda agredir a voluntad. Parece como si la sociedad no percibiera esa forma de violencia indirecta. Con el pretexto de la tolerancia nos volvemos indulgentes ante ciertos ataques de perversidad. El contexto sociocultural actual permite que la perversión se desarrolle porque la tolera. No se trata de procesar a los perversos, los cuales ya se defienden bien por sí solos sino de tener en cuenta su nocividad y su peligrosidad con el fin de que las víctimas o futuras víctimas puedan defenderse mejor. Este fenómeno se ha estudiado particularmente en los países anglosajones y en los países nórdicos. Actualmente, en algunos países, entre ellos Francia, departamentos de recursos humanos, médicos y psicólogos laborales, y mutualidades sanitarias han empezado a interesarse por el tema. La manipulación perversa genera trastornos graves tanto en niños como en adultos. Los métodos terapéuticos clásicos no son suficientes para ayudar a estas víctimas. Son necesarias herramientas más adaptadas que tengan en cuenta la especificidad de la agresión perversa. Quizá no se escucha a las víctimas cuando solicitan ayuda. Es necesaria la intervención de un interlocutor válido. No han de considerarse responsables de la agresión que padecen ni han de pensar que lo han buscado o merecido inconscientemente. Cuando la víctima acude a una psicoterapia individual, lo hace por otras razones, alegando inhibiciones, falta de confianza en sí misma, incapacidad para tomar decisiones, ansiedad, por un estado depresivo permanente resistente a los antidepresivos La víctima se puede quejar de su compañero o de su círculo de relaciones, pero no suele tener conciencia de la existencia de esta terrible violencia subterránea y no se atreve a quejarse de ella. Es difícil entonces, incluso para el terapeuta, ver que se trata de una situación de acoso moral. Fuente: Emérita Bara García Dra. en Psicología -Psicóloga Clínica Centro de Salud Mental - INSALUD - HUESCA
Con
permiso para publicar este artículo por ©Elena
Turull desde su Sitio Web:
http://www.sarakali.com
Serie
de Violencia Intrafamilar
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Para la psiquiatra y terapeuta francesa Marie-France Hirigoyen, existe la posibilidad de destruir a alguien sólo con palabras, miradas, mentiras,humillaciones o insinuaciones, un proceso de maltrato psicológico en el que un individuo puede conseguir hacer pedazos a otro. Es a lo que denomina violencia perversa o acoso moral.
El acoso moral propiamente dicho se desarrolla en dos fases: la primera es la fase de seducción perversa por parte del agresor, que tiene la finalidad de
desestabilizar a la víctima, de conseguir que pierda progresivamente la confianza en sí misma y en los demás; y la otra, es la fase de violencia manifiesta.
El primer acto del depredador siempre consiste en paralizar a su víctima para que no se pueda defender. Pretende mantener al otro en una relación de
dependencia o incluso de propiedad para demostrarse a sí mismo su omnipotencia. La víctima, inmensa en la duda y en la culpabilidad, no es capaz de reaccionar.
Todos estos son una serie de comportamientos deliberados del agresor destinados a desencadenar la ansiedad de la víctima, lo que provoca en ella
una actitud defensiva, que, a su vez, genera nuevas agresiones.
La estrategia perversa no aspira a destruir al otro inmediatamente; prefiere someterlo poco a poco y mantenerlo a disposición. Lo importante es conservar
el poder y controlar. Intenta, de alguna manera, hacer creer que el vínculo de dependencia del otro en relación con él es irremplazable y que es el otro quién lo solicita.(Al anular las capacidades defensivas y el sentido crítico del
agredido, se elimina toda posibilidad de que éste se pueda rebelar. Éste es el caso de todas las situaciones en las que un individuo ejerce una influencia exagerada y abusiva sobre otro, sin que éste último se de cuenta de ello).
El término de "perversidad" la mayoría de las veces se reserva para actos de gran crueldad, como es el daño que ocasionan los asesinos en serie. En todo caso se trata de "depredación", es decir, acto que consiste en apropiarse de la vida. Esta perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás
como seres humanos.
El acosador utiliza una serie de métodos para sestabilizar al otro, como por ejemplo: burlarse de sus convicciones, ideas o gustos; ridiculizarlo en público; dejar de dirigirle la palabra; ofenderlo delante de los demás; privarlo de
cualquier posibilidad de expresarse; mofarse de sus con sus puntos débiles; hacer alusiones desagradables, sin llegar a aclararlas nunca; poner en tela de juicio sus capacidades de juicio y decisión, etc...
La agresión propiamente dicha es constante y se lleva a cabo sin hacer ruido, mediante alusiones e insinuaciones, sin que podamos decir en qué momento ha comenzado ni tampoco si se trata realmente de una agresión. Se presenta continuamente y en forma de pequeños toques que se dan todos los días o varias veces a la semana, durante meses e incluso años. Basta que la víctima
revele sus debilidades para que el perverso las explote inmediatamente contra ella.
El mensaje de un perverso siempre es voluntariamente vago e impreciso y genera confusión. Son precisamente estas técnicas indirectas las que desconciertan al interlocutor y hacen que éste tenga dudas sobre la realidad de lo que acaba de ocurrir.(En la pareja, sembrar la duda mediante alusiones, o guardar silencio sobre ciertos asuntos, es una hábil manera de atormentar al
compañero, de reforzar su dependencia y de cultivar sus celos. Lo que pretende es paralizar a la pareja colocándola en una posición de confusión y de incertidumbre. Esto le libra de comprometerse en una relación que le da
miedo).
Un verdadero perverso no suelta jamás su presa. Está persuadido de que tiene razón, y no tiene escrúpulos ni remordimientos. No suele alzar la voz, ni siquiera en los intercambios más violentos; deja que el otro se irrite solo para luego acusarlo de que la agresión va contra él y no al contrario, lo cual no puede hacer otra cosa que desconcertar: "Desde luego, ¡no eres más que un
histérico que no para de gritar!". Otro procedimiento perverso consiste en nombrar las intenciones del otro, o en
adivinar sus pensamientos ocultos, con lo que el agresor da a entender que conoce mejor que la víctima lo que esta piensa. (El interlocutor no debería tener en cuenta ningún mensaje que no se formule explícitamente, por mucho
que se trasluzca. Puesto que no hay un rastro objetivo, el mensaje no existe).
Pero sin duda, el arte en el que el perverso destaca por excelencia es el de enfrentar a unas personas con otras, el de provocar rivalidades y celos. Esto lo puede conseguir mediante esas alusiones que siembran la duda, mediante
mentiras que colocan a las personas en posiciones enfrentadas, o simplemente hace correr rumores que, de una manera imperceptible, herirán a la víctima sin
que ésta pueda identificar su origen.
La fase de odio o violencia, empieza con toda claridad cuando la víctima reacciona e intenta obrar en tanto que sujeto y recuperar un poco de libertad. A partir de este momento abundarán los golpes bajos y las ofensas, así como las palabras que rebajan, que humillan y que convierten en burla todo lo que pueda ser propio de la víctima. Esta armadura de sarcasmo protege al perverso de lo que más teme: la comunicación.
Por otro lado. el perverso puede intentar que su víctima actúe contra él para poder acusarla de "malvada". Lo importante siempre es que la víctima parezca
responsable de lo que ocurre. Ésta al principio se justifica, y luego se da cuenta de que cuanto más se justifica, más culpable parece. (La víctima ideal es una persona escrupulosa que tiene una tendencia natural a culpabilizarse).
La manipulación funciona tanto mejor cuanto que el agresor es una persona que cuenta de antemano con la confianza de la otra persona. Mediante un sentimiento similar al de la protección maternal, ésta considera que tiene que ayudarlo porque es la única que comprende.
Durante la fase de dominio, los dos protagonistas adoptan sin darse cuenta una actitud de renuncia que evita el conflicto: el agresor ataca con pequeños toques
indirectos que desestabilizan al agredido sin provocar abiertamente un conflicto; la víctima renuncia igualmente y se somete, pues teme que un conflicto pueda implicar una ruptura. Percibe que no hay negociación posible
con su agresor, y que éste no cederá, y prefiere comprometerse a afrontar la amenaza de la separación.
La víctima se convierte en un chivo expiatorio responsable de todos sus males. A primera vista, lo que sorprende es el modo en que éstas aceptan su suerte.
Muchas veces la gente se imagina que la víctima consiente tácitamente o que es cómplice, conscientemente o no, de la agresión que recibe. Pero decir que es cómplice no tiene sentido, en la medida que ésta, por efecto del dominio, no dispone de los medios psíquicos para actuar de otro modo, está paralizada.
El error esencial de la víctima estriba en no ser sconfiada, en no considerar los mensajes violentos no verbales. No sabe traducir los mensajes y acepta lo que se le dice al pie de la letra. Para el perverso, la excusa es fácil "La trato así
porque así es como le gusta que la trate".
El agredido piensa que si actúa con paciencia, el otro
cambiará. No renuncia porque es incapaz de imaginar que no hay nada que hacer y que es inútil esperar algún cambio. Por lo demás, si abandona a su compañero, se sentirá culpable.
Las víctimas parecen ingenuas y crédulas; como no se pueden imaginar que el otro es un destructor, intentan encontrar explicaciones lógicas y procuran
deshacer los entuertos.
Frente a un ataque perverso, algunas personas se muestran primero comprensivas, intentan adaptarse: comprenden o perdonan porque aman o
admiran.
Si aceptan la sumisión, la relación se instala en esta modalidad de una forma definitiva: la víctima se encuentra cada vez más apagada o deprimida y el agresor es cada vez más dominante y se siente cada vez más seguro de su
poder..
El establecimiento del dominio sume a las víctimas en la confusión: o no se atreven a quejarse o no saben hacerlo. Éstas describen un verdadero empobrecimiento, una anulación parcial de sus facultades y una amputación de
su vitalidad y de su espontaneidad. Aunque sientan que son objeto de una injusticia, su confusión es tan grande que no tienen ninguna posibilidad de reaccionar.
A la hora de afrontar lo que les pasa, las víctimas se sienten solas. ¿Cómo hablar de ello a personas ajenas a la situación? ¿Cómo describir una mirada cargada de odio o una violencia que tan sólo aparece en lo que se
sobreentiende y en lo que se silencia?
El choque tiene lugar cuando uno toma conciencia de la agresión: se sienten desamparadas y heridas, todo se desmorona. Se instala un estado de ansiedad
permanente. Tras un determinado tipo de evolución del conflicto, se producen fenómenos de fobia recíproca: la visión de la persona odiada provoca una rabia
fría en el agresor; la visión del perseguidor desencadena el miedo de la víctima.
Se trata de reflejos condicionados, uno agresivo y el otro defensivo. El miedo conduce a la víctima a comportarse patológicamente, algo que el agresor utilizará más adelante como una coartada para justificar retroactivamente su agresión.
Para el perverso, el mayor fracaso es el de no conseguir atraer a los demás al registro de la violencia. Su vida consiste en buscar su propio reflejo en la
mirada de los demás. El otro no existe en tanto que individuo, sino solamente como espejo.
Este tipo de perversos son considerados como psicóticos sin síntomas, que encuentran su equilibrio al descargar sobre otro el dolor que no sienten y las contradicciones internas que se niegan a percibir. Presentan una ausencia total de interés y de empatía por los demás, pero desean que los demás se interesen por ellos. Para aceptarse a sí mismos tienen que vencer y destruir a alguien al tiempo que se sienten superiores. Disfrutan con el sufrimiento de los demás y para afirmarse tienen que destruir.
Lo que el perverso envidia por encima de todo es la vida de los demás. Envidia los éxitos ajenos, que le hacen afrontar su propia sensación de fracaso.
Para vencer a este tipo de personajes, es prácticamente imposible. En todo caso, la víctima debe analizar el problema "fríamente", dejando de lado la cuestión de culpabilidad. Para ello debe abandonar su ideal de tolerancia absoluta y reconocer que alguien a quien ama presenta un trastorno de personalidad que resulta peligroso para ella y que debe protegerse.
Una de las reglas esenciales que debemos cumplir cuando nos acosa un perverso moral, es dejar de justificarnos. Todas las cosas que hagamos o
digamos se pueden volver en contra nuestra.
Al principio, cualquier cambio de actitud tenderá a provocar un aumento de las agresiones y de las provocaciones. El perverso, tratará siempre de culpabilizarnos todavía más...
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