El problema de la actitud frente a los demás es un problema que en el fondo deriva de la actitud que uno tiene hacia sí mismo.
Y la actitud que tiene uno hacia sí mismo, depende a su vez, de cómo se ha ido estructurando la personalidad desde sus primeros pasos en la vida, desde sus primeras experiencias, su propia capacidad de reacción, y su modo particular de respuesta ante las diversas situaciones.
Aquí es precisamente donde podemos hallar el origen de ciertas modalidades y actitudes de la persona frente a sí misma, que luego se manifiestan en forma de actitudes negativas.
Una actitud negativa es, por ejemplo, la de la persona que se siente a sí misma débil o poca cosa; no encuanto sentimiento particular que puede experimentar en un momento dado, sino en cuanto que es el fundamento de toda la actitud general que tiene la persona hacia sí misma y que le hace considerarse ojuzgarse como algo inferior o de menor valor.
Si se trata de una persona que de hecho tiene en su interior mucha energía, es muy frecuente que reaccione
de un modo violento contra su propio sentimiento de inferioridad adoptando una actitud de dureza y de hostilidad, procurando crearse una seguridad artificial a base de ciertas exigencias, de cierta tensión, de cierta imposición en su modo de ser hacia sí mismo y, como consecuencia, en su modo de ser hacia los demás.
Por el contrario, puede ser que la persona no tenga esta energía que le permitiría reaccionar con violencia frente a sí misma, y entonces tenemos el caso de la persona débil, apocada y que reacciona siempre encogiéndose o con miedo. Tanto el miedo como la hostilidad tienden a producir una especie de sobrevaloración artificial.
La hostilidad, porque la persona está tratando de aparentar ser más sólida, más fuerte dé lo que es, y esto en si es ya una sobrevaloración artificial. Y la persona que vive encogida, porque precisamente este encogimiento la hace enormemente sensible a toda clase de heridas, de lesiones, y sé convierte en alguien muy susceptible; esto se traduce de inmediato en una mayor exigencia en el trato con los demás, para que le tengan más consideración, pues se siente herida con mucha facilidad.
El resultado es que tanto en un caso como en el otro se produce una actitud de crispación hacia sí mismo.
Estas personas, si no sienten una exigencia interior de sinceridad son las que no quieren saber nada cuando se habla de autoconocimiento, de un trabajo de descubrimiento profundo de sí mismas, porque como existe esta trampa básica, como hay esta actitud ficticia en su interior, presienten de alguna manera que se van a encontrar con algo muy desagradable, con algo que niega esa valoración artificial que se han hecho de sí mismas, y, por tanto, rehúyen todo trabajo escudándose tras una excusa u otra.
También existe el caso de la persona que, simplemente, tiene poca sensibilidad; entonces esta persona es dura en su modo de proceder personal solamente porque es menos sensible; por tanto, no conoce otra cosa, no tiene otra posibilidad de actuar más que de un modo tosco y primitivo.
No olvidemos que esta cosa primitiva y tosca puede encontrarse en personas que exteriormente parezcan muy cultivadas, muy inteligentes, con mucha cultura; personas que por las experiencias que han vivido se han ido afinando en aspectos exteriores de su personalidad, pero en cambio lo que constituye el núcleo principal de su modo de ser permanece primitivoy elemental.
Luego tenemos el caso del que se acepta a sí mismo pero de un modo falaz. Es la persona que cree ingenuamente que es todo un personaje, y se lo cree, no como un autoengaño o como mecanismo de compensación, sino porque así se lo han hecho creer los demás, quizás va desde que era pequeño.
Esta persona se pasea por el mundo con unas exigencias y con unas pretensiones completamente desorbitadas y desacordes con la realidad. Como el mundo, naturalmente, no puede responder a estas falsas exigencias entonces la persona se encuentra desambientada, desadaptada, y piensa que el mundo está lleno de imbéciles, de personas retrasadas que no saben reconocer su valor.
Finalmente, podemos citar la persona que ha aprendido a valorarse, a sentirse a sí misma de un modo correcto; la persona que se acepta a sí misma no porque se encuentre perfecta, o se juzgue superior a los demás, sino porque ha sido capaz de tener y experimentar unas vivencias muy positivas respecto a sí misma.
Esta persona tiene una actitud fundamentalmente positiva, aunque acepta que tiene sus puntos débiles y reconoce que falla por muchos lados. Esta persona es la que básicamente está mejor equipada para poder hacer un trabajo armónico sin grandes conflictos.
ANTONIO BLAY- Relajación y energía
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