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domingo, 20 de julio de 2014

La soberbia, sera éste el mal que rompe familias...

Discutir con alguien que rara vez admite sus errores y desprecia cualquier argumento ajeno puede llegar a ser desesperante. Las personas soberbias muchas veces se creen ‘todopoderosas’, quieren alimentar su ego a costa de los demás y suelen tener problemas en el entorno social

Llegó a lo más alto de su carrera y se convirtió en un estúpido arrogante”. ¿Cuántas veces hemos escuchado la misma cantinela? Políticos, deportistas, empresarios, cantantes o periodistas que un día probaron las mieles del éxito y hoy no hay quien les baje de su pedestal.
“Se convierten en personas megalómanas porque creen que han alcanzado su ideal”, explica el psicólogo clínico Guillermo Blanco, vicepresidente de Imotiva. “No son conscientes de sus propias limitaciones. Perciben una realidad distorsionada”.
Aires de suficiencia, exaltación del yo y menosprecio hacia los demás son algunos de los síntomas de la soberbia. Quien cae en sus redes a menudo dificulta la comunicación con su actitud egocéntrica. Así lo afirma la psicóloga Miriam González, sociodirectora del grupo PGD.
“Cuando no se habla sobre sus logros o éxitos no sienten interés, ni comodidad, y se distancian”.

Siempre a la defensiva

Las personas soberbias con frecuencia son susceptibles y propensas a la ira. Interpretan cualquier mínimo reproche como un ataque y no toleran nada bien la frustración.

El vicepresidente de Imotiva, Guillermo Blanco. EFE/GRB
Suelen estar a la defensiva en toda discusión: “Reaccionan ante la crítica de una manera desproporcionada, con rabia y vergüenza”, apunta González. A veces desprecian al otro por considerarle inferior a ellos, y son incapaces de hacer autocrítica.
Ese menosprecio también se demuestra en el amor y la amistad. “Una relación de calidad es casi imposible porque van buscando sumisión, acatamiento y pleitesía por la otra parte”, señala Blanco.
La falta de empatía es otro rasgo característico. “Sólo están pendientes de ellos mismos” y rara vez se preguntan cómo se puede sentir la otra persona, tal y como afirma el psicólogo. El narcisismo propio del soberbio en ocasiones crea una persona fría, prepotente y obsesionada consigo misma.
La ‘ceguera’ ante los propios defectos muchas veces nos lleva a justificar todos nuestros errores y echar balones fuera. “Yo nunca fracaso, y si lo hago es culpa de otro”.

“Yo gano, tú pierdes”

En una sociedad colectivista, el todo es más importante que cada uno de los miembros que la integran. No ocurre lo mismo en nuestro entorno. “Vivimos en una sociedad individualista que hace que tú quieras tener éxito a costa de los demás”, detalla la psicóloga.
Si no logramos ese éxito ansiado, no es extraño que aparezca la envidia. “El soberbio intenta mantener su ego a través del hundimiento emocional de los otros porque se siente amenazado”, expone Blanco.
Aunque triunfar en la vida profesional a menudo potencia la soberbia, no es un requisito imprescindible ni el único factor. “Hay personas que no han tenido retos no conseguidos en su infancia”, señala González. Los que peor llevan el fracaso son los que menos se han expuesto a él.
¿Cuáles son las consecuencias de que nos lo den todo hecho cuando somos niños y no tan niños? Baja tolerancia a la frustración, entre otros.

Relaciones sociales en peligro

¿Cómo repercuten este tipo de conductas en la vida laboral y familiar? Quien ‘sufre’ al soberbio puede llegar sentirse inútil. “En el trabajo a veces hay miedo a hablar con esa persona”. Y más si es tu jefe, quien además suele encajar en el perfil por sus destacados logros, explica González.

Fuente del Ángel Caído del parque del Retiro, en Madrid. EFE/GRB
“Alguien con poder y aires de grandeza suele ser muy autoritario al mandar. No tiene en cuenta opiniones, críticas o sugerencias de su entorno”, añade Blanco. Si esa persona está en situación de obedecer, con frecuencia se rebela ante las normas establecidas.
Esta actitud suele deteriorar mucho las relaciones sociales. “En su interior se puede sentir muy bien, pero los que le rodean no van a querer tener contacto con él. Su soberbia es un foco de conflicto”, matiza la psicóloga.
“Estas personas al final acaban quedándose solas”, agrega Blanco. ¿Cómo hay que reaccionar cuando el soberbio es nuestra pareja, por ejemplo? “Hay que intentar buscar ese equilibrio entre el respeto y las emociones, así como forzar su empatía y plantear el problema con mano izquierda”, subraya.
González precisa que debemos ser conscientes de nuestras propias fortalezas y ver la soberbia del otro como una debilidad. “Al saber que forma parte de sus defectos, protejo mi autoestima”. En último término, es necesario valorar si nos compensa seguir cerca de esa persona. “A veces es preferible alejarse”, insiste Blanco.

Soberbia en el espejo. ¿Cómo tratarla?

Una soberbia exagerada puede traer de la mano problemas psicológicos:
  • Patrón de conducta tipo A: Produce riesgo cardiovascular. Los numerosos afectados por este trastorno tienen un afán desmedido por conseguir metas que se imponen ellos mismos. “Necesitan reconocimiento externo, son muy competitivos y están en un estado de alerta permanente para que no les infravaloren”, expone la psicóloga.

    Marina Valero entrevista a Miriam González, sociodirectora del grupo PGD. EFE/GRB
  • Trastorno de personalidad narcisista: Quienes lo padecen tienden a exagerar sus logros y capacidades, sacan provecho de los demás, tienen envidia o se creen envidiados, suelen ser arrogantes y tienen una fantasía de éxito ilimitado.
La soberbia complica mi vida. ¿Qué hago? Lo más difícil: “Hay que ser consciente del problema. Los afectados no suelen darse cuenta a no ser que alguien en su entorno apriete mucho y les ponga contra las cuerdas”, señala Blanco.
No obstante, es difícil que otra persona se atreva a presentarles la realidad tal y como es; sobre todo porque los soberbios buscan gente sumisa y dependiente a su alrededor “para ser ellos los dueños y señores”.
Según el psicólogo, es imprescindible trabajar la empatía y aprender a recibir críticas.

“Como no supe que era imposible, lo hice”

En la mente del soberbio no existen barreras: “Se siente grandioso y cree que puede hacerlo todo, lo que le ayuda a perseguir sus objetivos”, señala González.
Aunque debemos reconocer las propias capacidades, no es conveniente exagerarlas. Hace falta desprenderse de ese halo de prepotencia que a menudo nos impide ser realistas.
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Publicado en: Psicología y bienestar


6 pasos para detectar si eres una persona soberbia

Publicado: 24/09/2013 12:12

Arrogance Woman

Si alguien te puede hablar con propiedad --vaya que no lo digo con el mayor de los orgullos-- sobre la arrogancia, soberbia y orgullo soy yo. Por años, como consecuencia implícita de mi inseguridad, complejos de inferioridad y baja autoestima que viví, la soberbia y yo fuimos íntimos y grandes amigos. Quizás de pronto no era tan consciente como lo soy ahora de que lo fui, pero lo bueno es que te puedo asegurar que se puede trabajar y soltar, alejarnos de todo eso que no es nada agradable y que nos roba la paz y hasta entorpece las relaciones con nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, entorno en general.
La soberbia es vivir uno miso creyéndose mejor que los demás. Una personas orgullosa, soberbia y arrogante, es aquella que tiene un exceso de autoestima y menos precia a los demás. Alardea incluso de características que carece. Generalmente es la gente que tiene más, es decir, posee un alto cargo en su trabajo, goza de una economía abundante y se les olvida que la la vida les ha llevado a obtener todo eso, creen que lo logran por si solos no reconocen que algo superior, Dios, la fuente, la energía, el universo, la vida, es quien les ha concedido todo. En cierto modo, se creen dioses.
Para entender mejor, te comparto algunas características de las personas soberbias, las cuales te ayudarán a analizar si andas transitando ese camino o si para nada el tema tiene que ver contigo:
Deseo compulsivo por solicitar piropos o alabanza de la gente. Son personas que están buscando y desean con anhelo tener reconocimiento, distinción, alabanzas por parte de los demás. Se pasan buscando que los demás les admiren y les hagan ver todo lo que han logrado y todo lo que tienen. Y acá muchas veces los demás caen el punto de querer obtener algún beneficio de esa persona, incluso hay quienes se prestan a alabar a alguien con tal de decirse su "amigo" porque eso les abre puertas. Una cosa es que tengas el talento para algo y otra que los demás te digan algo para congraciarse contigo. Por lo general son personas que dicen: "qué bueno que soy esto", "nadie como yo", "tengo un cuerpo espectacular", "soy tan inteligente", y situaciones parecidas. Están buscando que les digan: "qué bien que te ves", "qué bien que lo haces".
Te la pasas hablando de tus logros y éxitos. Todos tenemos dones y talentos que se nos fueron dados. Hay quienes los usan, mientras que otros ni se apuran por descubrirlos o no los trabajan, pero hay otros que se la pasan haciendo un recuerdo y no de los daños, como diría Gloria Trevi, sino de todos sus logros. Son esas personas que se te la pasan diciendo: "es que tengo tal cosa", "viste lo que me compré", "vengo llegando de...". Aún así lo tengas, no es necesario que lo estés diciendo, se nota y punto. Cuando les hablas más de ti, de lo que eres, de todo lo que logras, a los demás, eres soberbio. Lo que tienes no es para competir. Pero, hay muchas personas que viven en plena competencia por lo que los demás poseen, logran, dicen o hacen. Y créeme -por experiencia propia- eso de andarse comparando es complicado, como lo vimos ya en un blog anterior. Cuando esto ocurre, tratas de ver a todos por debajo de ti y haces sentir mal a los demás, bueno, a quienes eligen sentirse menos, cuando te dedicas a sacarles los ojos con tus logros.
Cuando miro atrás, por ejemplo, en lo personal, recuerdo parecer un marinero contado sus historias, anclado en decirles a todas las personas qué había logrado y hasta dónde había llegado. Casi era una réplica de aquél personaje de la telenovela "Café con Aroma de Mujer", que se empeñaba en decirles a todos, que aunque estaba de secretaría, ella había cursado "seis semestres de finanzas en la San Marino". En mi caso era: "yo tal cosa, yo tal otra, yo esto y yo aquello". Qué pena, pero qué bendición es poder hoy reconocerlo y haberlo superado. Valgo por quien soy, no por lo que tengo, ando, visto, gozo o he logrado, porque además nada ha sido si no más que la obra de Dios en mi vida.
Siempre deseas tener el control. Esto cobija a todas las personas que desean controlar a los demás, que no aceptan que cada quien tenga su propia opinión o un gusto diferente. Quieren que la gente sea a su imagen y semejanza, que piensen como piensan, que hagan o digan lo que él haría o diría. Son aquellas personas que deciden por los demás, casi son como dictadores porque no aceptan nada que no sea lo que ellos imponen: si van al cine es la película que ellos eligen, le dicen a las personas cómo vestir, qué poner, ellos eligen a dónde comer, qué tipo de carro, qué deben comprar los demás y así. Claro está para que esto suceda la persona debe ser sumisa o insegura a tal modo que permite una manipulación de ese tipo. Así que mucho ojo, ¡aguas! por ambas partes.
Regocijarse por el fracaso de otros y resentirse por el éxito de los demás. Así de simple, otra de las señales de que somos arrogantes, soberbios y orgullosos es cuando las personas se alegran del mal ajeno, de lo mal que la están pasando los demás. "Qué bueno que le pasó eso", "bien merecido que se lo tenía", "algo habrá hecho para merecerse eso", "cosechas lo que siembras", "cada quien su vida", son algunas frases típicas para identificar a estas personas. Son aquellas personas que se regocijan alguien fracasa y se alegran cuando a alguien le va mal, hacen leña del árbol caído.
Quién no haya caído en esto, me supongo que no es de este mundo, porque hasta la persona más buena creo que en algún momento aunque no lo haya dicho, de pensamiento ha juzgado a otro, es inevitable somos seres humanos y para algunos eso, es deporte.
Deseo de defenderse de la crítica. Si yo tuve todo lo anterior, acá desarrollé maestría, en mis tiempos de soberbia y por años (gracias a Dios ya no) me excusaba de todo, no reconocía mis errores, siempre trataba de tener una explicación o de encontrar un culpable para cuando me equivocaba y buscaba la forma de convencer a los demás con justificaciones. No tenía la capacidad de analizar la crítica para al menos discernir si porqué había surgido esa llamada de atención y si en algo podía sacar provecho de eso, que me aportara. No era capaz de recibir corrección. Así que si tú eres así, eres soberbio.
Te cuesta pedir perdón. Una persona que ha permitido que la soberbia habite en su vida, no reconoce que se ha equivocado, por eso a veces, las bendiciones que la vida le tiene se demoran, porque ofende, se equivoca y no pide perdón, lastima corazones, destrozamos a algunas personas con nuestros actos o palabras y no pedimos perdón y por eso de pronto no logran lo que desean o a pesar de tener todo lo material que desean no gozan de una vida plena, de paz interior. Hay que ser humildes y pedir perdón pero ante todo, perdonarnos a nosotros mismos porque es así como reconocemos y aceptamos nuestras culpas. Casi siempre es más valioso el perdón a nosotros mismos que el ajeno.
Conociendo estas características que describen perfectamente a una persona soberbia, orgullosa, arrogante, tienes dos caminos para abandonar este patrón de conducta que has venido quizás por años teniendo: o le bajas unas cuantas rayitas y emprendes un cambio en tu vida reconociendo y haciendo todo lo contrario a lo descrito anteriormente o la vida en algún momento te dará un trancazo para lo asumas. Como bien dijo Francisco De Quevedo: "La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió".
La soberbia y la vanidad no sirven de nada. Bien dijo Salomón que "donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; pero donde hay humildad, habrá sabiduría".

O como dijo San Agustín: "La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano".
¡Tú eliges!
Y recuerda: ¡Sonríe, agradece y abraza tu vida!

Sobre todo: ¡a despertar a la vida, gente! Para VIVIR.

 

Contra soberbia, humildad

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La observación nos dice que los seres humanos deseamos constantemente sobresalir sobre los demás. Para ello nos atribuimos con frecuencia cualidades que los demás no poseen y que juzgamos estimables. En otros tiempos esas cualidades se consideraban virtuosas. Hoy ha cambiado la mentalidad.  Son muchos los que se glorían de sus vicios.
Sin embargo, la soberbia está muy unida a la mentira y también al “menosprecio” de los demás. Nos engañamos a nosotros mismos al sobrevalorar nuestras cualidades, porque ignoramos las de los demás.
Si la soberbia está ligada a la mentira, la humildad nos mantiene con los pies en la tierra. Brota del conocimiento de la verdad sobre nosotros mismos y sobre los demás.
Tanto la soberbia como la humildad configuran la identidad moral de la persona.  Así se expresa San Juan de Ávila en su obra Audi filia: “Entienda el hombre que aquello de que se ensoberbece, presto se lo quitará Dios; y el tiempo que lo tiene le aprovechará muy poco, porque la soberbia o quita los bienes o los hace poseer sin provecho”.
Según el Santo, no debería caer en la soberbia quien al mirar hacia atrás ve cuán miserable cayó y al mirar al futuro no puede evitar el temor. Ante la tentación de la soberbia, el creyente ha de pedirle a Dios que le abra los ojos para conocer la verdad sobre Él y la verdad sobre sí mismo, “para que ni atribuya a Dios ningún mal, ni tampoco a sí algún bien”.
Para el cristiano, el máximo ejemplo de humildad es Jesús. Según el mismo San Juan de Ávila, “convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de todos los malos y males es la soberbia”.  
Hemos de reconocer que nuestra soberbia no nos permite vivir en la verdad. No olvidemos que para Santa Teresa de Jesús, “humildad es caminar en verdad”. Por otra parte,  sería bueno ver los pecados y las virtudes capitales en su dimensión social y comunitaria.
La soberbia tiene hoy dimensiones políticas evidentes. Los partidos políticos tienden a enaltecer su imagen, sus logros y sus proyectos, mientras desprecian los de sus oponentes. En realidad, muchos de los enfrentamientos de las regiones provienen precisamente de la altanería con la que se magnifican algunos datos que aparentemente reflejan la grandeza de las comunidades.
Además, la soberbia alcanza dimensiones continentales. Los países que se autodefinen como desarrollados, desprecian a otros países a los que sitúan en “vías de desarrollo”. En realidad esa catalogación se apoya en algunos datos predominantemente técnicos o económicos que, por otra parte, no siempre reflejan la honestidad de los bloques político-económicos.
Los países pobres cuentan con frecuencia con una cultura humana muy superior a la de los países más desarrollados. Vivir en la verdad favorecería la convivencia la tolerancia y el respeto mutuo entre los grupos sociales y entre los pueblos.
LA CIZAÑA, EL MAL Y LOS MALOS
Domingo 16 del Tiempo Ordinario, A.
20 de julio de 2014
“Tú, poderosos soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres”. Esta oración se encuentra en el texto del libro de la Sabiduría que hoy se proclama en la celebración de la Eucaristía (Sap 12, 13.16-19).
Nos llama la atención la compasión de un Dios que puede hacer cuanto quiere. Entre nosotros, quien pretende ostentar el poder, se siente autorizado a juzgar con altanería a los demás. Una actitud muy lejana al comportamiento de Dios.
El texto extrae una doble lección moral: “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. El proceder de Dios nos revela su corazón y puede enderezar el nuestro.

CLARIDAD Y PACIENCIA

Es un mal tratar de exterminar a los malos. El sueño utópico de la limpieza universal es admirable, pero peligroso. En las comunidades cristianas primitivas hubo quien pretendía que sólo los intachables podrían formar parte de las mismas. En ese contexto había que recordar la parábola evangélica del trigo y la cizaña.
Algunos criados sugieren a su amo la necesidad de arrancar inmediatamente la cizaña. Pero el amo teme que al arrancar la cizaña arranquen también el trigo. No es fácil controlar a los controladores. Así que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos  hasta el tiempo de la siega (Mt 13, 24-43). Hace falta un poco de paciencia.
La parábola no da la razón a los intransigentes, que quisieran terminar inmediatamente con el mal. Pero tampoco se la da a los indiferentes, que ya no ven una distinción entre el bien y el mal. A unos y otros nos enseña que no somos los jueces definitivos de la historia. Hace falta mucha claridad para distinguir el bien y el mal.
JUNTOS HASTA LA SIEGA
“Dejadlos creced juntos hasta la siega”. Esta advertencia del dueño del sembrado se refiere al trigo y la cizaña. Junto han de llegar al juicio de Dios. Entonces,  “los justos brillarán como el sol en el reino de los cielos”, como termina diciendo Jesús.
• “Dejadlos creced juntos hasta la siega”. No tienen razón los indiferentes. El bien y el mal no se confunden.  La cizaña no se convierte en trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en la sociedad. La realidad es más terca que nuestras etiquetas.
• “Dejadlos creced juntos hasta la siega”. Pero nuestras etiquetas no nos dan derecho a destruir la realidad. Porque nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal.
- Señor Dios, que sembraste buena semilla en tu campo, ayúdanos a dar el fruto bueno que esperas de nosotros. Ten misericordia de nosotros y enséñanos a juzgar con misericordia a todos nuestros hermanos. Amén.
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