Ninguna
familia es perfecta, pero eso no significa que haya perdido el sentido
como institución social. Aquilino Polaino-Lorente, experto en terapia
familiar, aclara que es posible enderezar los entuertos cuando se cuenta
con un diagnóstico adecuado. El reto es para los terapeutas; las
decisiones, para los familiares.
La familia es un
universo complejo y resulta casi imposible que sus integrantes concuerden en el
modo de percibirlo.
Las relaciones interpersonales son tan complicadas y la
personalidad de cada sujeto tan diversa, que sucede lo mismo que en la relación
conyugal: cada cual tiene percepciones distintas.
Por eso, una de las
principales barreras de la familia y el matrimonio es la incomunicación. La
ignorancia que tenemos unos de otros es inmensa. Es muy triste por ejemplo que hayan padres con hijos de 42 años y que no los conozcan. Es más, el "creer que los conocen"les impiden conocerlos realmente.
Las terapias
familiares fallan en un amplio porcentaje porque el psiquiatra no evalúa a cada
persona ni realiza un diagnóstico de la familia, ya que pueden haber personas narcisistas y manipuladoras que hacen bulling, moving y todo tipo de tropelías a otros miembros de la familia, sin que el resto se de o se quiera dar cuenta.
En mi experiencia clínica, 50%
de sus miembros requiere tratamiento psicofarmacológico y, lo más
importante, ninguna familia es igual a otra. Las que tienen más problemas son las que han contado con estrictas medidas disciplinarias por parte de uno de los progenitores o los dos, gritos, violencia, faltadas de respeto continuadas, miedo, castigos....También son fuente inagotable de problemas para los hijos los padres que no han tenido tiempo de jugar con sus hijos y lo más nefasto de todo demostrarles AMOR....
Hace 25 años, en la
Universidad de Minnesota, se elaboró la Escala de Olson para brindar una
imagen verosímil de cómo percibe cada uno a su familia. Consta de 20 preguntas
que se responden de manera individual y cuenta con indicadores que permiten al
terapeuta una buena evaluación de los miembros de la familia.
De esta escala
resultan tres dimensiones en la evaluación de familia: cohesión, adaptación
y comunicación –aunque a mi parecer existen mejores instrumentos para
explorar la dimensión comunicativa–. Las preguntas proporcionan las percepciones
individuales de la autoridad, disciplina, responsabilidad y obligaciones en el
propio entorno familiar.
Siguiendo la
gráfica 1, la escala muestra cuatro tipos de familia en el ámbito de
adaptabilidad —caótica, rígida, estructurada o flexible— y otros cuatro
respecto a la cohesión —desprendida, enredada, separada o unida—.
Si
combinamos los resultados de ambos rubros, resultan 16 tipos distintos de
familias. Cuatro extremos, ocho intermedios y cuatro mejor estructurados. Según
el diagnóstico de la escala, son más problemáticos los extremos y los
intermedios.
Aunque vivir en un
tipo de familia no determina nada, sí que puede condicionar los problemas que se
presentan; cada una de ellas es más vulnerable frente a cierto tipo de
conflictos.
Todos dependemos de
todos
La independencia es
muy sana. Pese a ello, «todos somos dependientes de todos», la libertad humana
implica interdependencia, lo que otro haga o deje de hacer puede beneficiarme o
perjudicarme.
En la relación
conyugal, por ejemplo, si un esposo se enfada en la noche porque su sopa está
fría, y monta una batalla campal, daña a todos los miembros de su familia,
incluso a gente de fuera; habrá un hijo que no duerma o una niña que llore en su
cama.
Supongamos que al día siguiente uno de estos chicos hace una redacción
para el colegio donde jura que nunca se casará. La profesora queda consternada
y, como quiere al pequeño, le pregunta el motivo.
Esto la obliga a trabajar una
hora más, todo porque a aquel señor se le ocurrió hacer un berrinche por su
sopa.
Imaginense pues, un hombre colérico que siempre está chillando, gritando, haciendo aspamientos y todo tipo de gestos violentos, directamente contra su familia o indirectamente (por teléfono, con empleados, con cualquiera que se le cruce etc)
Todos dependemos de
todos, pero nadie debe depender afectivamente de otro. Por dependencia afectiva
entiendo la inmadurez que hace a una persona valorarse a sí misma en función del
cariño que recibe, pues padece un hambre absoluta de afecto.
Aquí vienen los niños del des-amor, los que han crecido temiendo a sus padres, los que no han tenido afecto, ni cariño, ni tiempo ni atención. Estos niños además harán cosas para captar la atención de sus ignorantes padres y cuando crezcan por desgracia repetirán esos patrones con sus hijos. Salvo excepciones de personas con la conciencia despierta y evolucionada.
Paradójicamente, en
las familias enredadas, donde la cohesión es máxima, la independencia es muy
alta; por el contrario, es baja en las desprendidas, donde la unión es casi
nula.
En cambio, el
vínculo emocional es muy alto en la familia enredada, «si sufre uno, sufrimos
todos», y muy bajo en la desprendida. Esto no quiere decir que los familiares no
se quieran, sino que no se demuestran el afecto ni están muy pendientes unos de
otros.
Delimitar el
espacio vital
En toda familia hay
límites internos y externos que dibujan el espacio vital de cada
uno para sí mismo y para nadie más. Un límite interno es el modo en que, por
ejemplo, un hijo entra en el dormitorio de su hermana o ella le toma una prenda,
pidiendo permiso o no. Los límites favorecen que el nieto respete a su abuelo y
que el hijo lo haga con sus padres. Cuando son límites muy amplios los problemas
internos pueden ser desastrosos.
A su vez, los
límites externos marcan las relaciones de la familia con el mundo. Por ejemplo,
¿cuántos amigos de los hijos han estado en casa?
En una familia enredada, casi
ninguno. En esa casa todo brilla, predomina el orden y la limpieza, los amigos
no entran porque ensucian y desordenan. Conozco el caso de un padre (por decir algo) que a su hija no le era permitido sentarse en el coche y apoyar los pies en las alfonbrillas. También conozco el caso de una madre que no quería que nadie fuera a su casa porque su marido pasaba el aspirador por donde pisaban los invitados.
¿Sabe un padre qué hace su hija con sus
amigos si no los conoce? La niña sale con muchos y últimamente con uno de
coleta, ¿qué es preferible, mantener la casa albeando o que ella salga con un
desconocido?
Los límites
familiares pueden ser abiertos, cerrados o semiabiertos. Por lo general, es
preferible que los externos sean abiertos y los internos, semiabiertos. Si se
ignora el respeto, el hogar será un completo desastre.
Saltos
generacionales, ¿sin barreras?
Los límites
generacionales marcan una barrera entre los distintos miembros de la familia. Es
necesario que existan, que sean claros y haya intercambio. En una familia
demasiado unida, el mocoso de tres años se apropia del asiento del abuelo, quien
deberá ir a sentarse en una silla gastada de la cocina.
Desde una óptica
positiva, hay niños que han aprendido más de su abuelo que de su padre. El
último caso del que tuve noticia me emocionó mucho: un pequeño perdió a su
abuelo en septiembre y a su padre en diciembre. Con el primero paseaba,
compartía momentos memorables… Por supuesto estaba muy deprimido y me confesó
que sentía más pena por la muerte de su abuelo que por la de su padre; no porque
no quisiera al segundo, sino porque su abuelo había dejado una huella más
profunda en su vida. Ahora quiere estudiar medicina. Naturalmente, su abuelo era
un médico jubilado.
Es muy útil que una
generación aprenda de las que le anteceden, incluso de las que le siguen. Por
eso resulta necesario definir bien los límites generacionales.
Tiempo compartido:
soledad o asfixia
Todos necesitamos
un espacio y un tiempo propios, pero en el hogar hemos de compartirlos.
En una familia
enredada, siempre están todos juntos; si alguno se levanta, los demás lo siguen,
se van a la cama a la misma hora...
En la desprendida, en cambio, es extraño que
el padre coma alguna vez con sus hijos o que la madre platique con ellos.
Estos
dos errores deberían evitarse de alguna manera, no sé cuál resulte peor: en una
familia enredada, todos se asfixian; en una desprendida, se sienten solos.
En la familia
desprendida, la comida carece por completo de una función social. Cada cual
llega a su hora, abre el refrigerador y come lo que encuentra. Una verdadera
comida implica dialogar, compartir, ofrecer: «sírvete más», «¿te gusta?», «¿cómo
te ha ido en la universidad?».
Abrir la nevera y engullir lo primero que salta a
la vista es más propio de un toro que de un ser humano.
En la familia
separada, sus miembros se ven el rostro muy de vez en cuando; en cuanto a la
unida, comparten el tiempo necesario sin asfixiarse.
Para obtener un
diagnóstico del tipo de familia en que vivimos, podemos preguntarnos con quién
pasamos gran parte de nuestro tiempo: la pareja, amigos, compañeros, conocidos.
En una familia
enredada, las amistades suelen ser comunes, una hija nunca saldrá con un sujeto
que no conozcan sus padres y hermanos.
Necesita el visto bueno de todos, lo
mirarán de arriba abajo, le preguntarán si fuma, cómo se lleva con sus padres…
La niña no alternará con alguien que no haya pasado el examen.
En el otro extremo,
la madre de una familia desprendida desconoce por completo a los amigos de su
hijo.
Suponiendo que el muchacho sea un paradigma del carisma y liderazgo,
tendrá una centena de amistades. Para la señora, serán simplemente «gente» y, si
desconoce de esta manera las relaciones de su hijo, ¿podrá decirse que lo conoce
a él?
Como podemos
apreciar, ambos extremos son insanos. Habría que buscar un equilibrio entre la
debida independencia de los hijos para decidir con qué personas quieren
relacionarse, y la necesidad de los padres de conocer a la gente que forma parte
de su vida.
¿Quién manda en el
hogar?
Cada ser humano,
por ser libre, es responsable de las decisiones que inciden de manera directa en
su vida. No podemos organizar la vida de los demás al dictado de la nuestra, así
como la nuestra no puede girar en torno al dictado de los otros.
En la familia
desprendida, cada quien toma las decisiones por su cuenta, es raro que los
padres interfieran con los hijos. En el polo opuesto, toman todas las decisiones
en conjunto. El novio de la hija se vuelve novio de la familia entera.
Pongamos un ejemplo. La madre pregunta a su hija: ―¿Qué vas a estudiar en la
universidad? ―A mí me gustaría farmacéutica. ―¡Farmacéutica! Ya hablaremos en la
noche.
Al
llegar, su padre le dice: ―Me ha comentado tu madre lo que quieres estudiar. Esa
carrera no te la pago. Con la cabeza que tienes, debes estudiar biogenética.
Vamos a pensarlo.
Su madre agrega:
―Yo creo que lo suyo es la biogenética. Y el hermano mayor: ―Sí, estoy de
acuerdo con ustedes.
El lunes, la chica
estará inscrita en una carrera que no le interesa.
En una familia
enredada, toda decisión se toma en conjunto, aplastando la libertad de cada uno
para elegir aquello que marcará el rumbo de su vida. En la separada, sólo
algunas decisiones se toman conjuntamente porque a veces resulta inevitable que
los miembros deban ponerse de acuerdo sobre alguna nimiedad. En este espectro,
la familia unida alcanza el equilibrio entre la independencia y la decisión en
conjunto.
En el hogar cabe
orientar, consultar, aconsejar a los padres, hijos o hermanos.
Pero cada uno
debe responsabilizarse de sus decisiones. No podemos abusar de la libertad de
los otros, ni por exceso ni por defecto. En esos casos, los hijos suelen ser los
más afectados.
Un retrato en 20
preguntas
Un breve comentario
a las preguntas de la Escala de Olson ayudará a perfilar mejor el propio
retrato familiar.
¿Nos pedimos ayuda
unos a otros?
En especial entre
marido y mujer. Cuando a uno se le presenta un problema en el trabajo, ¿pide
ayuda al otro? Tal vez técnicamente no le pueda ayudar, pero sí con apoyo y
comprensión.
2. ¿Tomamos en
cuenta las sugerencias de nuestros hijos a la hora de solucionar los problemas?
Si los hijos tienen
muy poca edad o los problemas son muy graves tal vez no es posible. Pero si
tienen 18 ó 20 años es importante contar con ellos; de otro modo, no los
apreciamos en lo que valen y conducimos a la familia de manera despótica y dictatorial
3. ¿Estamos de
acuerdo con los amigos de cada uno de nosotros?
Suele haber más
problemas en familias sin amigos, cuando sus miembros comparten poco y viven muy
cerrados en sí mismos, pero también si las amigas de la mujer son enemigas del
marido o los amigos de él no son bienvenidos en casa.
Numerosos
matrimonios se unen porque los compañeros del trabajo del marido son recibidos
en casa con sus respectivas mujeres y la esposa hace amistad con ellas
enseguida.
Así, ella se entera del trabajo del marido y él se siente a gusto con
sus compañeros. Pero si sus amigos le caen mal y le prohíbe invitarlos, la
esposa no sabrá nada acerca de su trabajo.
4. ¿Escuchamos lo
que dicen nuestros hijos en lo que se refiere a la disciplina?
No es cuestión de
obedecerlos, pero sí de escucharlos.
5. ¿Nos gusta hacer
cosas con nuestros familiares más próximos?
Esto indica si la
familia se ha aislado de sus familias de origen o, por el contrario, si es
permeable y abierta.
6. ¿En nuestra
familia mandan varias personas?
La familia no es
monárquica ni presidencialista, es bicéfala, y tiene que mandar tanto el marido
como la mujer. Se trata de un gobierno con dos cabezas que, sin darse cabezazos
entre sí, abarcan un horizonte de visión más amplio, se alternan, delegan
funciones, se sustituyen... y eso es necesario.
Si el padre le
exige al hijo o lo regaña, la madre luego puede animar al chico y ser amable.
Pero la siguiente vez deberá ser ella quien le hable fuerte y él quien le
defienda.
Si siempre es el padre quien reprende, la madre queda sin autoridad y
él se convierte en verdugo.
Educar hijos es
gobernar personas. Y sólo se puede hacer bien cuando se tiene autoridad de
prestigio, no de función.
Autoridad de función es decir: «Soy tu padre y se
acabó».
Por ciero, a los padres que les gusta la EDUCACIÓN DEBEN EMPEZAR POR ELLOS MISMOS.
Autoridad de prestigio es ir por delante, hacer más cosas que ellos,
exigirse más a uno mismo y pedir las cosas con mucha delicadeza, pero sabiendo
que si las incumplen se les pondrá en su sitio.
Gobernar es
difícil, pero los padres tienen todas las ventajas: son hombre y mujer, dos
estilos de gobierno diferentes, unidos, con muy buena preparación por
experiencia de la vida y con mucha diferencia de edad respecto de los hijos.
7. ¿Nos sentimos
más unidos entre nosotros que con personas que no forman parte de la familia?
Puede parecer
paradójico, pero hay ocasiones en que los hijos, incluso los padres, se sienten
más unidos a personas ajenas a la familia.
Padres que cuando eran jovenes y sus hijos pequeños dejaban siempre a sus hijos con sus abuelos, pero que ahora que ellos son ancianos ni saben ni quieran quedarse con sus nietos para que sus padres se aireen. Prefieran actividades ególatras de parchís, domino o "amigos" o bailes.
DEMENCIAL.
Para colmo, alguno de estos "padres" han sido capaces de echar la culpa al propio abuelo (el que educaba en amor a su nieto) de que su hijo le haya dicho lo mal padre que ES.
He llegado a presenciar "familias" que solo se ven todos en NAVIDAD o en los CONSEJOS DE ADMINISTRACION DE SUS NEGOCIOS, que nunca o casi nunca han ido a visitar a sus sobrinos, incluso tíos solteros que por casualidad también y para colmo tienen un título de PSICOLOGOS (tener un título es como llevar una corbata y creerse ejecutivo)
O incluso personas muy relacionadas con la educación que han sido capaces de malcriar a sus hijos hasta límites insospechados para depués cuando ya eran adolescentes despotas y rebeldes echarlos de casa.
DEMENCIAL
Para éste caso y algún otro, podiamos aplicar el refrán "En casa del herrero, cuchillo de palo"....
8. ¿Tenemos
diversas formas de solucionar problemas en nuestra familia?
Ante un problema,
¿siempre se hace lo mismo?
Uno se niega a hablar del asunto, la otra grita, él
se marcha, ella da un portazo... Eso no es solucionarlo.
¿Acaso en la empresa
hacen lo mismo?
Claro que no, ya los habrían corrido (salvo que sean propietarios de la misma).
El
matrimonio también exige cierta profesionalidad para tratar cada problema según
su naturaleza.
9. ¿A todos nos
gusta compartir el tiempo libre con los demás miembros de la familia?
Indica cómo se
organiza el ocio, el tiempo libre, la reunión familiar, el pasarlo bien.
10. ¿Discutimos los
castigos de nuestros hijos entre los cónyuges y los hijos mayores?
Para que la
disciplina sea justa y se eviten los extremos de consentir todo o explotar por
nada, conviene decidir el castigo entre padre y madre, a no ser que la
circunstancia exija una corrección ejemplar e inmediata.
En ese caso, después se
analizará con el cónyuge si fue adecuado.
Eviten conductas
impulsivas, machismo, feminismo y padres tiranos io dictadores, pues los niños son muy
sensibles a la injusticia.
Calificar de injustos a los padres es uno de los
peores traumas y un verdadero conflicto: las personas que más se quieren son las
que más se detestan.
Si se equivocan y castigan al inocente o imponen un castigo
muy fuerte, hay que pedir perdón; ello fortalece la autoridad, no la rompe. Salvo que como por desgracia existe, hayan padres perfectos, que no se equivocan nunca y que casi nunca han dicho perdón y cuando lo pidieron se sintieron HUMILLADOS.
P.D. El perdón cuando es verdadero y nace del corazón te hace sentirte pleno.
11. ¿Nos sentimos
muy unidos entre nosotros?
La unión entre
marido y mujer debe ser más fuerte que entre padres e hijos. Es la primera unión
y constituye el fundamento de las demás.
Sin padres no hay hijos.
12. ¿Nuestros hijos
toman decisiones en la familia?
Los hijos tienen
que tomar decisiones porque son libres. La libertad se les concede gradualmente,
desde los seis años, empezando con cosas mínimas.
Esa es la grandeza de la
paternidad y la maternidad.
Los hijos no son propiedad, como si fueran un nuevo
brazo que brota del hombro; ellos deben ir tomando algunas decisiones y los
padres desprenderse poco a poco de ellos.
13. Cuando nuestra
familia se reúne para hacer algo, ¿falta alguien?
Esto indica
disciplina, código normativo, unión, adaptación, etcétera.
14. ¿Las normas
cambian en nuestra familia?
Las normas son como
la estructura en la que juega la familia y deben ser estables, constantes,
pocas, estudiadas reflexivamente y admitidas por todos.
Pero las normas se han
hecho para el hombre, no el hombre para ellas. No es bueno cambiar los
principios. Pero sí la aplicación de las normas y los reglamentos cuando de eso
depende la salud, la adaptación, la felicidad de la familia.
Las normas deben ser IGUALES para todos, los castigos igualmente. La palabra de ninguno debe prevalecer sobre la de otro hijo. Debemos escucharlos a todos, sobre todo cuando hay conflictos. También deberían tener pendiente los padres si alguno de sus hijos es mentiroso o manipulador y además lo utiliza en perjuicio de su hermano. Sino tenemos en cuenta ésto, ese hij@ destrozará nuestra familia.
15. ¿Resulta fácil
pensar en cosas para hacer todos juntos en familia?
Desgraciadamente
muchos contestarían esta pregunta: «Nada fácil, salen todos corriendo».
16. ¿Intercambiamos
las responsabilidades o tareas y las obligaciones de casa?
Si no quieren una
casa-pensión e hijos maleducados, conviene pensar casi antes de que nazcan en
qué tipo de encargo se les podrá dar cuando tengan cuatro años.
Al igual que los
padres se encargan de darles de comer y traer el dinero para que puedan ir al
colegio, salir con sus amigos, etcétera, ningún hijo debe quedar sin una tarea
en casa.
17. ¿Consultamos al
resto de la familia sobre las decisiones personales?
Lo sano es que lo
hagamos sobre algunas, y sobre otras no.
18. ¿Es difícil
identificar quién manda en nuestra familia?
Si es muy difícil,
aquello es un caos. Y si es un caos, las normas no se cumplen y así no se puede
educar a ningún hijo.
19. ¿En nuestra
familia es muy importante sentirnos unidos?
Hay familias en las
que sí y otras en las que no.
20. ¿Es difícil
decir quién es el encargado de cada una de las tareas de la casa?
Se relaciona con la
pregunta 16 y refleja el grado de adaptación.
La terapia
funcional
La familia se rompe
porque no se ponen los medios para evitarlo. Los terapeutas son una ayuda clave,
pero hacen faltan muchos y los pocos que hay ignoran que es una realidad
demasiado compleja para estudiarse a la ligera.
Se requiere mucha preparación.
Cada hogar es un
sistema de elementos e interacciones diversas. La terapia resulta imposible sin
una evaluación previa que nos indique frente a qué tipo de familia nos
encontramos.
Insisto, no debería haber tratamiento sin evaluación, ni
diagnóstico sin tratamiento.
¿Acaso no sería
absurdo ir a un hospital en el que, sin ningún estudio ni historial clínico
recetaran penicilina a todos los pacientes?
Algo similar sucede hoy con la
terapia familiar.
Uno de los retos
más importantes que enfrentan los psiquiatras es fundamentar una terapia eficaz
que logre resultados palpables en menos de seis meses.
Pero esto seguirá siendo
una utopía si no se toma en cuenta que «no existen dos familias iguales».
Sin
una evaluación previa, el terapeuta está atado de manos frente a los problemas.
Por muchos años me
he dedicado a la terapia familiar; aunque es un trabajo en el que se sufre
mucho, es también uno de los más gratificantes.
No sé si lo haré algún día, pero
me gustaría escribir sobre el sufrimiento y la felicidad de los psiquiatras:
a nosotros nos suele tocar lo peor de la sociedad.
Aún así, meterse en la
intimidad de los demás es como vivir muchas vidas humanas en una sola.
¿Qué
profesión puede ofrecer una intimidad más rica?
No podemos ser como
de cemento armado ni tampoco sufrir con la intensidad de cada paciente, hemos de
transitar a medio camino, siendo sensibles ante los problemas de los demás, pero
con la debida distancia para encontrar racionalmente la forma más eficaz de
ayudarlos.
__________________
* Médico cirujano por la Universidad de Granada. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Navarra, se especializó en el campo de la Psiquiatría y de la Psicología Clínica. Catedrático de Psicopatología en la Universidad Complutense. Director de la División de Psicología y Psiquiatría del Instituto de Ciencias para la Familia (Universidad de Navarra). Presidente de la Sección de Educación Especial de la Sociedad Española de Pedagogía. Autor prolífico de artículos y libros
* Médico cirujano por la Universidad de Granada. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Navarra, se especializó en el campo de la Psiquiatría y de la Psicología Clínica. Catedrático de Psicopatología en la Universidad Complutense. Director de la División de Psicología y Psiquiatría del Instituto de Ciencias para la Familia (Universidad de Navarra). Presidente de la Sección de Educación Especial de la Sociedad Española de Pedagogía. Autor prolífico de artículos y libros
Fuente: Revista
Istmo. Humanismo y Empresa, -
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