Nuestra
verdadera naturaleza.
¿Cuál es la
fuente, cuál es el fundamento, para que nosotros tratemos de ser
auténticos, o es que acaso somos la suma de las cosas que han ido entrando
en nosotros, es decir, un producto del ambiente?
Nosotros, en
nuestra esencia más profunda, no somos nada de lo que viene del exterior. En
nuestro interior se encuentra esa capacidad de vivir, esa capacidad de
crecer, de existir, y utilizar los datos, los hechos, para desplegar
esta capacidad que hay en nosotros.
Vamos
asimilando nuestra capacidad a través del desarrollo de nuestra potencia
interior, a través de unas experiencias y unos hechos, y así transformamos
un compuesto que está constituido de nuestra capacidad y potencialidad
real, más una serie de aspectos formales, de datos, de hechos, de modos de
conducta, que hemos asimilado del exterior. Del interior surge la fuerza, el
potencial; del exterior viene la forma, los datos. Pero no hemos de
confundirnos con estos datos, no hemos de confundirnos con ese compuesto.
Considerando
la personalidad de un modo global, sí somos ese compuesto, ese producto, en
tanto que personalidad global. Pero, si tratamos de buscar lo que es
nuestra verdad genuina, lo que nosotros queremos decir cuando decimos “yo”,
entonces nos daremos cuenta de que esos compuestos son variables, y que
hay una noción de identidad que no depende de los compuestos, sino que es
permanente. En todo ser humano hay algo genuino detrás de esos procesos de
asimilación, detrás de sus propias operaciones vitales, afectivas y
mentales, que le está diciendo que “es” en tanto que sujeto que está
viviendo, que está asimilando, que está creciendo, que se está actualizando.
Este “yo”
es la fuente de donde surge toda nuestra capacidad energética,
toda
nuestra energía vital, toda nuestra fuerza moral. Nuestra vida es un
desplegamiento progresivo de esa fuerza que hay dentro, y lo exterior
no es
otra cosa que un medio para que esa fuerza se actualice, se ponga en
acción,
se convierta en experiencia completa.
La vida no es
una incorporación de fuera hacia dentro, sino, sobre todo, un desplegamiento
de dentro hacia fuera. Esto podemos comprobarlo, porque si este
desplegamiento de dentro hacia fuera fracasa, por más que se produzcan
elementos y situaciones exteriores, no tiene lugar la respuesta del ser
vivo. Un ser vivo se caracteriza por este principio “centrífugo”, por este
principio de crecimiento que tiende a extenderse siempre a partir del
núcleo.
Nuestro “yo”
es la fuente de toda capacidad de conciencia, de conocimiento. Todo lo que
uno es capaz de comprender, de entender, no le viene producido por el
exterior. El exterior nos da los datos, nos presenta los hechos, pero la
capacidad de comprender la verdad que pueda haber allí es siempre un proceso
interno que surge de lo más profundo de uno mismo; y significa una
actualización de la inteligencia.
No hemos de
confundir la inteligencia con las formas ya complejas, compuestas, que
produce esa inteligencia al asimilar unos datos concretos. El hecho de
comprender, el hecho de entender, viene de una capacidad interior. Por lo
tanto, todo lo que somos capaces de llegar a comprender en condiciones
óptimas surge de este mismo ”yo” central. Nuestra inteligencia está dentro y
necesita solamente unos estímulos, unos medios, para irse actualizando.
También el “Yo” central es la fuente de toda nuestra capacidad de goce, de
satisfacción, de alegría, de paz, de felicidad. Todo esto no es algo que
nos dé el exterior, aunque nosotros lo creamos así y, en virtud de esta
creencia, luchemos por unos beneficios exteriores y nos sintamos
desgraciados cuando estos beneficios se frustran.
Creemos que la
felicidad nos vendrá en consecuencia del éxito, de la correspondencia en el
amor, de la obtención de un cargo determinado, de lo que sea, siempre del
exterior. No obstante, es muy claro que toda nuestra capacidad de goce surge
solamente cuando algo dentro de nosotros contesta a algo externo. Es nuestra
respuesta interior la que produce el goce; el exterior lo provoca, lo
despierta, lo estimula, pero no lo produce.
Los seres
humanos acostumbramos confundir esto, porque nos sentimos felices cuando
tenemos una ventaja más; creemos que la felicidad nos la proporciona esta
nueva ventaja. Y no es cierto; no hay un nexo necesario de causa y efecto.
La prueba de ello está en que muchas personas poseen ventajas iguales o
mucho mayores y no son por ello felices. No es la cosa lo que da la
felicidad; la cosa sirve de reactivo para que algo en nuestro interior
responda. Siempre es nuestra respuesta interior lo que produce el estado de
felicidad.
Debemos
entender que, al hablar de este “yo”, no estamos hablando de una entelequia,
de algo sin substancialidad, sino de algo que es la fuente de todo lo que
estamos valorando en nuestra vida concreta. Se trata de un potencial
extraordinario, fantástico, fabuloso.
La
autenticidad no es nada más ni nada menos que el aprender a tomar contacto
con esa Realidad Central, con este “yo” central, con esta fuente de la que
estamos hablando, para poderla expresar en todo momento con inteligencia,
de acuerdo a cada situación. Cuando en un ser humano se produce esta
conexión con su centro, y puede entonces responder directamente desde allí,
es el momento en que la respuesta es auténtica, es lo suyo, es lo más
verdadero que hay en él, lo más completo, lo más total. En ese momento es
cuando uno es realmente auténtico.
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