LOS
TRAUMAS
A medida que nos hacemos mayores, los bloqueos creados por situaciones traumáticas vividas desde la infancia, definen nuestra personalidad.
Estas situaciones suelen encuadrarse en distintos niveles de dolor, de forma preestablecida, pero si tenemos en cuenta algo tan fundamental como que cada ser humando es un ente único y diferencial, también su capacidad de reacción ante una situación dolorosa es única.
El grado de influencia emocional no está siempre relacionado con la gravedad del suceso. Misma situación diferente reacción.
Los grados con que se puede evaluar un hecho doloroso están condicionados por las costumbres, el entorno, la cultura y es vital tenerlos en cuenta.
Podemos usar algunas pautas para guiarnos pero no podemos unificar a las personas en un patrón predefinido.
Captar la esencia de cada uno de los pequeños es fundamental para comprobar una alteración en la conducta provocada por un hecho traumático.
La responsabilidad de cuidar de ellos, va mucho mas allá del deber de cubrir sus necesidades básicas.
Cuidar significa una atención constante y una total implicación hasta que lo enseñado les permita integrarse de a poco en la sociedad seguros de sí mismos.
Algunos síntomas de sufrir algún trauma durante la infancia son: cambio en el carácter, pesadillas, reticencias de acercarse a alguien del entorno, bajo rendimiento escolar, necesidad de no ser notado o necesidad de llamar la atención, etc. Cualquier alteración en el comportamiento habitual es una señal de alarma.
Nuestra toma de conciencia, acción, una solvente madurez emocional y cortar de raíz la situación que genera el conflicto son los ingredientes necesarios para acogerlos y librarlos del dolor.
Debemos dejar de considerar a cada niño casi una copia de otro, hay pequeños matices que se pueden generalizar pero, la reacción ante un dolor traumático conduce a una actitud individual.
Si como ser humano adulto vemos que hay bloqueos como miedos, fobias, rechazo a comidas u olores, situaciones que alteran nuestra manera normal de funcionar, que emocionalmente nos desestructurados, tenemos que darle muchísima importancia.
Hay traumas que se quedaron en el subconsciente y cada vez que intentamos hacer algo, ese mismo subconsciente va avisando: "Tu no puedes", "Tu no lo sabes", "Tu tienes miedo a..." y lo asumimos como algo normal y no lo es.
Todos y cada uno de estos bloqueos es posible tratarlo, erradicarlo y tener una vida plena en libertad y armonía.
Buscar la solución es el primer paso para encontrarla.
Podemos curar desde un pequeño susto que nos afecte a un terrible golpe emocional. Tenemos que querer hacerlo, desear de verdad vivir sin ese dolor.
Hay muchas terapias por los traumas infantiles. Por eso es importante buscar y encontrar la que mejor se adapte a cada uno.
Elegir una terapia que motive y dé confianza para crecer emocionalmente. Comenzar, por fin, a sentirnos libres y a disfrutar sin condiciones. Crear un lazo de disposición, respeto y confianza en el terapeuta es fundamental, sintiéndonos tratados como lo que somos, seres únicos e irrepetibles.
El término trauma significa herida. Freud fue el primero que
comenzó a utilizar de forma sistemática esta palabra dentro del ámbito de la
psicología, para describir las heridas psíquicas que puede sufrir una
determinada persona como consecuencia de un acontecimiento o situación que
influya de forma negativa en su vida psicológica. Los traumas están íntimamente
relacionados con las vivencias. Una vivencia es una experiencia que deja huella
en la personalidad, es decir, que tiene la suficiente importancia como para
marcar o modificar nuestra forma de ser después de haberla vivido.
Cuando alguna vivencia o conjunto de vivencias produce un
gran impacto en la vida psicológica de un individuo, ya sea por la intensidad de
las mismas, ya porque se trate de alguien psicológicamente débil, y algunas de
sus parcelas psicológicas quedan heridas o destruidas, decimos que ha sufrido un
trauma, y, por tanto, que ha quedado traumatizado, como si se hubiese producido
una herida o desgarro en su personalidad.
Los traumas psicológicos repercuten, sobre todo, en la
actitud y la conducta futuras de la persona que los ha sufrido. Por ejemplo, un
desengaño amoroso de cierta envergadura puede hacer que una persona cambie de
actitud con las personas del sexo opuesto, estableciendo una serie de mecanismos
psicológicos de defensa que tienden a evitar que se repita una situación
similar, lo que se puede traducir en un distanciamiento afectivo y cierta
desconfianza a la hora de plantearse la posibilidad de una nueva relación de
pareja.
Los traumas pueden afectar a cualquier esfera de la
psicología personal y pueden producirse a todas las edades. Tradicionalmente la
mayoría de los autores han destacado la importancia de los traumas infantiles y
juveniles, ya que durante esta época la personalidad todavía no se ha
configurado de forma definitiva, con lo que los traumas influyen de forma más
decisiva en la estructura de la misma. Además, los jóvenes y adolescentes tienen
menor capacidad para asimilar, elaborar y adaptarse a ciertas situaciones
conflictivas desde el punto de vista psicológico, con lo que éstas suelen tener
un mayor poder traumatizante. Este último aspecto tiene una importancia capital,
ya que no todas las situaciones dotadas, en principio, de un alto poder
traumatizante como las de pérdida, abandono, humillación, agresión, etc.,
producen traumas de forma obligada. Si son elaboradas por la persona que las
padece de forma adecuada pueden incluso tener un cierto efecto beneficioso. Al
fin y al cabo, tras estas experiencias surgen una serie de mecanismos de
aprendizaje, tanto en el nivel consciente como en el inconsciente, que, si son
adecuados, pueden enriquecer la personalidad y constituir un estímulo para el
desarrollo de ésta en un sentido expansivo. Por ejemplo, un suspenso puede
servir para que un niño tome conciencia de lo reducido de su esfuerzo y
estimularle para que estudie más tiempo, con más profundidad y con una técnica
de estudio mejor. Por el contrario, siguiendo con el mismo ejemplo, un suspenso
puede tener consecuencias diametralmente opuestas, es decir, provocar un mayor
abandono de los estudios, casos de desadaptación escolar, etc.
Si el traumatismo tiene suficiente envergadura puede conducir
a un desarrollo anómalo de la personalidad: los diversos traumas que se padecen
en el transcurso de la vida van originando mecanismos psicológicos de defensa,
represión, desplazamiento, etc., que, por ser inadecuados, llegan a configurar
una personalidad deteriorada, más inestable y más débil, de carácter anómalo, es
decir, a caballo entre lo normal y lo patológico.
A medida que nos hacemos mayores, los bloqueos creados por situaciones traumáticas vividas desde la infancia, definen nuestra personalidad.
¿Qué es un trauma infantil?
Los traumas infantiles se generan por una vivencia dolorosa que impacta en el equilibrio emocional de un niño.Estas situaciones suelen encuadrarse en distintos niveles de dolor, de forma preestablecida, pero si tenemos en cuenta algo tan fundamental como que cada ser humando es un ente único y diferencial, también su capacidad de reacción ante una situación dolorosa es única.
El grado de influencia emocional no está siempre relacionado con la gravedad del suceso. Misma situación diferente reacción.
Los grados con que se puede evaluar un hecho doloroso están condicionados por las costumbres, el entorno, la cultura y es vital tenerlos en cuenta.
Podemos usar algunas pautas para guiarnos pero no podemos unificar a las personas en un patrón predefinido.
Síntomas de padecer algún trauma infantil
Siempre es necesario que los padres y todos los adultos que forman parte del entorno inmediato del niño estén atentos.Captar la esencia de cada uno de los pequeños es fundamental para comprobar una alteración en la conducta provocada por un hecho traumático.
La responsabilidad de cuidar de ellos, va mucho mas allá del deber de cubrir sus necesidades básicas.
Cuidar significa una atención constante y una total implicación hasta que lo enseñado les permita integrarse de a poco en la sociedad seguros de sí mismos.
Algunos síntomas de sufrir algún trauma durante la infancia son: cambio en el carácter, pesadillas, reticencias de acercarse a alguien del entorno, bajo rendimiento escolar, necesidad de no ser notado o necesidad de llamar la atención, etc. Cualquier alteración en el comportamiento habitual es una señal de alarma.
El apoyo de la familia es vital
En ese momento es fundamental el apoyo y el equilibrio del adulto porque puede que el niño esté condicionado por miedo y no quiera expresar lo que le sucede o hay veces que no puede explicarlo porque aún no alcanza a entender la situación.Nuestra toma de conciencia, acción, una solvente madurez emocional y cortar de raíz la situación que genera el conflicto son los ingredientes necesarios para acogerlos y librarlos del dolor.
Debemos dejar de considerar a cada niño casi una copia de otro, hay pequeños matices que se pueden generalizar pero, la reacción ante un dolor traumático conduce a una actitud individual.
¿Durante cuántos años puede continuar afectándonos?
Los traumas infantiles pueden afectarnos toda la vida.Si como ser humano adulto vemos que hay bloqueos como miedos, fobias, rechazo a comidas u olores, situaciones que alteran nuestra manera normal de funcionar, que emocionalmente nos desestructurados, tenemos que darle muchísima importancia.
Hay traumas que se quedaron en el subconsciente y cada vez que intentamos hacer algo, ese mismo subconsciente va avisando: "Tu no puedes", "Tu no lo sabes", "Tu tienes miedo a..." y lo asumimos como algo normal y no lo es.
Todos y cada uno de estos bloqueos es posible tratarlo, erradicarlo y tener una vida plena en libertad y armonía.
Buscar la solución es el primer paso para encontrarla.
Nuestro consejo
No debemos resignarnos a vivir una vida con limitaciones.Podemos curar desde un pequeño susto que nos afecte a un terrible golpe emocional. Tenemos que querer hacerlo, desear de verdad vivir sin ese dolor.
Hay muchas terapias por los traumas infantiles. Por eso es importante buscar y encontrar la que mejor se adapte a cada uno.
Elegir una terapia que motive y dé confianza para crecer emocionalmente. Comenzar, por fin, a sentirnos libres y a disfrutar sin condiciones. Crear un lazo de disposición, respeto y confianza en el terapeuta es fundamental, sintiéndonos tratados como lo que somos, seres únicos e irrepetibles.
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