Los
niños que aprenden a leer a los cuatro años no muestran ventajas en
términos académicos comparados con aquellos que lo hacen a los siete.
Los pequeños impulsados a leer precozmente muestran deficiencias en
creatividad o curiosidad.
Los
niños que aprenden a leer a los cuatro años no muestran ventajas en
términos académicos comparados con aquellos que lo hacen a los siete.
Los pequeños impulsados a leer precozmente muestran deficiencias en
creatividad o curiosidad.
Aunque diversas investigaciones
demuestran la efectividad de la educación basada en el juego y el
aprendizaje por la acción, todavía son muchos los que siguen ignorando
esta realidad y, en cambio, insisten en justificar un tipo de enseñanza
formal, que sólo muestra resultados cortoplacistas, pero que a largo
plazo puede tener efectos desastrosos para muchos niños.
Este deseo de forzar prematuramente el
aprendizaje en los pequeños no es un tema nuevo, en todo caso.
Cuando el
psicólogo suizo Jean Piaget –quien murió en 1980- estudiaba las etapas
del desarrollo cognitivo en la infancia, se encontraba muy
frecuentemente con lo que denominó “la pregunta”: ¿Cómo podemos acelerar el proceso de desarrollo en los niños?
Pese a ello, no existe ninguna
investigación que demuestre que los pequeños que leen a los cinco años
se desempeñan mejor en el largo plazo que aquellos que aprendieron a los
seis o siete.
Y no sólo eso: se ha visto además que la presión que
experimentan los niños por aprender en forma precoz ha traído
consecuencias negativas.
Los educadores y los médicos dan cuenta de un
número creciente de incidentes de comportamiento agresivo y extremo en los jardines infantiles y colegios, vinculándolos a estas exigencias antes de tiempo.
“
No existe ninguna investigación que demuestre que los pequeños que leen
a los cinco años se desempeñan mejor en el largo plazo que aquellos que
aprendieron a los seis o siete.”
Cuando Walter Gilliam, director del
Centro de Estudios sobre la Infancia, en la Universidad de Yale (Child
Study Center), encuestó a unos 4.000 profesores pertenecientes a
jardines infantiles financiados por el Estado, descubrió que los niños
de tres y cuatro años eran expulsados en una proporción tres veces mayor
en comparación con la tasa nacional, para los estudiantes de educación
pública.
Además, los varones expulsados del jardín infantil eran 4,5
veces más que las niñas.
Los datos de Gilliam mostraron que había
una correlación entre la cantidad de juego en el jardín infantil y las
tasas de expulsión: cuanto menos juego, más expulsiones.
Otros
investigadores estudian actualmente los crecientes índices de
agresividad en las salas de clases de pre-kinder y kínder.
El documento
sobre crisis en el jardín infantil (Crisis in the kindergarten), de la
ONG Alianza para la Infancia, entrega muchos más ejemplos al respecto.
En el estado de Connecticut, el
periódico virtual Hartford Courant informó que el comportamiento de los
estudiantes en los años preescolares representa cada día más una amenaza
física para sí mismos y los demás.
En el año 2012, las escuelas de esta
ciudad suspendieron o expulsaron a 901 alumnos de jardines infantiles
por peleas, actitudes desafiantes o berrinches; cifra que representa
casi el doble de lo ocurrido en 2010.
Una autoridad escolar de New Haven
(ciudad de Connecticut) atribuyó el incremento de la violencia de los
niños pequeños al creciente énfasis en las pruebas sistemáticas y a la
eliminación del tiempo de recreo, de gimnasia y de otras instancias para
jugar.
“Ya no es como cuando nosotros éramos niños, cuando podíamos
contar con una hora o más diariamente para jugar y explorar”, señala la
autoridad.
“Ese tipo de tiempo ya no existe más.”
Por su parte, Stephen Hinshaw, profesor
de psicología en la Universidad de California, Berkeley, y experto en
trastornos de hiperactividad, se refirió a la necesidad de un enfoque
más amplio del jardín infantil:
“Más importante que la lectura temprana
es el aprendizaje de habilidades para jugar, que conforman las bases de
las habilidades cognitivas.”
También recordó que en Europa, a menudo a
los pequeños no se les enseña a leer hasta los siete años.
Y advirtió:
“la insistencia para que lean antes de los cinco años genera una presión
innecesaria en el niño”.
Es tiempo de desacelerar el proceso: evidencia internacional
En la década de los 70, Alemania también
se embarcó en un plan para acelerar el aprendizaje preescolar,
convirtiendo sus jardines infantiles en centros de logro cognitivo.
Sin
embargo, un estudio comparó 50 clases basadas en el juego con 50 centros
de aprendizaje temprano y descubrió que “a los diez años, los niños que
habían jugado sobresalían de muchas maneras con respecto a los otros
niños.
Estaban más avanzados en lectura y matemáticas y se adaptaban
mejor social y emocionalmente al colegio.
Además, sobresalían en
creatividad e inteligencia, expresión oral e ‘industria’.
Como resultado
de este estudio, los jardines infantiles alemanes volvieron a ser
espacios dedicados al juego.
Una reciente investigación de Sebastian
Suggate, de la Universidad de Otago, Nueva Zelandia, no descubrió
ventajas a largo plazo de enseñar a leer a los niños de cinco años en
comparación con hacerlo a los siete.
Suggate realizó este estudio porque
no encontró ningún estudio anglófono que confirmara si los lectores
tardíos estaban en ventaja o en desventaja.
Sólo halló un trabajo
metodológicamente débil, de 1974, pero nada más a partir de esa fecha.
A
pesar de ello, la gente insiste normalmente en que la lectura temprana
es parte integral del logro y el éxito posterior del niño.
El
investigador admite estar sorprendido, por lo tanto, de haber
descubierto que las cosas no son tan así.
Suggate llevó a cabo tres estudios muy
diferentes, pero complementarios, entre sí.
En el primero analizó
nuevamente la información recopilada como parte del Informe PISA 2006 “y
descubrió que a los 15 años no se evidencian ventajas de haber
aprendido a leer antes de los cinco años.
“ El deseo de conseguir un camino rápido
hacia el “éxito”, junto con la presión ejercida por estándares
complejos y pruebas de rendimiento, han construido una nueva
‘supercarretera’ sin límites de velocidad ni vallas de contención: un
lugar muy peligroso para los niños.”
Luego comparó 54 niños de colegios Waldorf –donde
la enseñanza de la lectura comenzó a los siete años- con 50 niños que
asistieron a colegios donde la lectura empezó a enseñarse a los cinco
años.
Todos fueron sometidos a la misma prueba a los doce años.
El
estudio (que también tuvo en cuenta el ambiente de alfabetización y
nivel socioeconómico familiar, la educación de los padres y aspectos de
etnicidad y género) no detectó ninguna diferencia a los doce años en la
fluidez y comprensión de lectura entre ambos grupos.
El tercer estudio de Suggate analizó la
lectura desde el inicio hasta el final de la educación básica, tanto en
escuelas Waldorf como en escuelas estatales.
Y su conclusión es que un
comienzo temprano no conduce a una ventaja posterior.
Además, determinó
que los factores tempranos más importantes para una buena lectura
posterior son las experiencias de lenguaje y aprendizaje logradas sin
una instrucción formal de lectura.
Debido a que los lectores tardíos
siguen aprendiendo a través del juego, del lenguaje y la interacción con
adultos, su aprendizaje a largo plazo no se ve afectado.
Al contrario,
estas actividades los preparan muy bien para un posterior desarrollo de
la lectura. La investigación entonces plantea la interrogante: si no
existen ventajas de aprender a leer a los cinco años, ¿habría desventajas asociadas a empezar a leer antes?
El lado negativo de la aceleración
El deseo de conseguir un camino rápido
hacia el “éxito”, junto con la presión ejercida por estándares complejos
y pruebas de rendimiento, han construido una nueva ‘supercarretera’ sin
límites de velocidad ni vallas de contención: un lugar muy peligroso
para los niños.
Creemos que, en lugar de someter a los
preescolares a test de rendimientos o a mediciones de habilidades
específicas (como saber las letras, sumar o restar), los educadores
debiéramos evaluar de manera más amplia y flexible el desarrollo
infantil, considerando lo cognitivo, pero también lo socioemocional, lo
físico y aspectos como la creatividad, entre otras cualidades esenciales
de la vida humana.
Los estudios muestran que las
consecuencias a largo plazo de una educación parvularia inapropiada son
nefastas.
El Estudio de Comparación de Currículo Preescolar (PCCS) de la
ONG High/Scope, también conocido como Estudio Preescolar Perry de
High/Scope, podría ser el ejemplo más sorprendente.
Los resultados son claros: entregar una
educación parvularia inapropiada a niños en riesgo social tiene un
efecto negativo permanente.
Millones de preescolares han sido sujetos de
una escolaridad que exige mucho en muy poco tiempo.
Lejos de reducir la
brecha de aprendizaje con estos métodos, se están intensificando los
problemas.
Por eso, es tiempo que los educadores y los legisladores
adopten la regla que guía a la comunidad médica: En primer lugar; no
hacer daño.
¿Qué hemos perdido?
Mientras las escuelas se enfocan en
inculcar habilidades matemáticas y de alfabetización en los más
pequeños, unos pocos investigadores se preocupan de estudiar qué se está
perdiendo como consecuencia de estos aprendizajes acelerados.
La
creatividad es una de estas pérdidas.
El Test de Pensamiento Creativo de
Torrance, aplicado millones de veces, por más de cinco décadas en 50
idiomas, es un mejor indicador que el CI para saber qué estudiantes se
convertirán en innovadores exitosos en una gran variedad de profesiones.
En 2010, Kyung Hee Kim, sicóloga del
William and Mary College (Estados Unidos) reveló a la revista Newsweek
los resultados de una investigación que analizó casi 300 mil puntajes
Torrance de niños y adultos, comprobando que los puntajes de creatividad
habían ido aumentado constantemente, al igual que los puntajes de CI,
hasta 1990.
Pero desde entonces, los puntajes de creatividad han ido
disminuyendo poco a poco. “Es muy claro y la reducción es muy
significativa”, recalcó Kim. Esta disminución es más grave en los más
pequeños, entre el nivel de jardín infantil hasta el 6° básico (11-12
años).
La curiosidad es otra de las habilidades
que se ha ido perdiendo.
Susan Engel, catedrática en psicología y
directora del Programa sobre Enseñanza en el William & Mary College,
diseñó una investigación para estudiar la curiosidad en la sala de
clases.
Sin embargo, durante una serie de visitas a colegios, observó
tan pocos ejemplos de niños haciendo preguntas y expresando curiosidad,
que tuvo que suspender el estudio.
“ Más importante que la lectura temprana
es el aprendizaje de habilidades para jugar, que conforman las bases de
las habilidades cognitivas.”
La pérdida de curiosidad tiene profundas implicancias para la educación.
Los educadores de ciencias y de matemáticas hablan cada vez más de la
necesidad de un aprendizaje por indagación; es decir, enfocarse en el
aprendizaje construido por el alumno en oposición a la información
transmitida por el profesor.
Irónicamente, el aprendizaje iniciado por
el estudiante es exactamente la forma en que los niños pequeños aprenden
cuando se les permite jugar e involucrarse en el descubrimiento por la
acción.
Lamentablemente, muchos enfoques actuales de educación
preescolar reprimen, de forma involuntaria, la curiosidad y el
aprendizaje vivencial en los niños pequeños, lo que dificulta la
enseñanza de ciencias y matemáticas avanzadas en cursos posteriores.
Urge tomar cartas en el asunto
Teniendo en cuenta esta realidad, es
esencial que los educadores unan fuerzas con los padres, los pediatras,
los expertos en desarrollo infantil y los legisladores bien informados
para cambiar el curso de las cosas a favor de una infancia sana y
creativa para todos los niños.
Solo una acción concertada y transversal
de los especialistas en las disciplinas de aprendizaje, salud y
bienestar infantil podrá generar una conciencia más amplia de esta
situación.
Es tiempo de dar inicio a una década de la infancia, que
restablezca y preserve la educación parvularia basada en el juego.
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fuente: http://www.mundonuevo.cl/noticia/72/el-lado-negativo-de-acelerar-a-los-ninos
El sistema educativo español aún no se ha dado cuenta de que la neurociencia avanza a pasos agigantados y poco se está haciendo por tratar de ajustar las enseñanzas de los niños a los nuevos conocimientos de neuropsicología.
Pero esto pasa porque, seguramente, los legisladores apenas conocen esta nueva ciencia y no se ponen al tanto de los apasionantes descubrimientos que en los diez últimos años están teniendo lugar.
El sistema educativo español aún no se ha dado cuenta de que la neurociencia avanza a pasos agigantados y poco se está haciendo por tratar de ajustar las enseñanzas de los niños a los nuevos conocimientos de neuropsicología.
Pero esto pasa porque, seguramente, los legisladores apenas conocen esta nueva ciencia y no se ponen al tanto de los apasionantes descubrimientos que en los diez últimos años están teniendo lugar.
En más de tres décadas en contacto
directo con el ámbito educativo, no he conocido profesores que tuvieran
nociones sobre cómo funcionan ambos
hemisferios cerebrales en los niños, y cómo se podía sacar el mayor y
mejor potencial de la estimulación y combinación de ambos.
Tampoco tengo conocimiento de que se recoja, a modo de información o
guía en los libros de texto,… será porque las diferentes leyes, tampoco
lo han contemplado,… seguramente es algo desconocido para muchas
editoriales y para muchos (¿o casi todos?) los legisladores educativos.
Y es que, a día de hoy, ya sabemos (por
estudios que comenzaron eminentes neuropsicólogos como Luria, Benton,
Bandura, y más recientemente A. Damásio, o el neurocientífico Dan
Siegel, y otros muchos) que no hay necesidad de bombardear con contenidos a los niños para que aprendan.
Es más importante el vínculo de apego (término
que en psicología se usa para describir la relación del niño con sus
cuidadores-educadores y que le provee de seguridad emocional cuando es
aceptado y protegido incondicionalmente, y cuyas vivencias pasan por la
amígdala cerebral, centro de las emociones), que los estímulos de
aprendizaje en sí, puesto que un niño está a la expectativa del entorno,
aprendiendo constantemente sin necesidad de parcelar su conocimiento en
áreas cerradas y horarios rígidos.
Los docentes y, en general, los
profesionales que trabajan en educación, debieran tener presente
constantemente que el hemisferio izquierdo es el del razonamiento
lógico, la planificación, las matemáticas, atención, memoria a largo
plazo, lenguaje…
El hemisferio cerebral derecho alberga
la imaginación, la intuición, la comprensión, el sentido artístico, la
creatividad, la genialidad, la síntesis, la música,…
Y lo bueno es que ambos hemisferios están conectados a través del cuerpo calloso, pero no se suelen estimular a la vez.
Si hiciéramos esto, el rendimiento de los niños y de todas las personas
sería mucho mayor. Pero si los adultos lo desconocemos,… ¿cómo
inculcarlo en los niños?, ¿Cómo organizar el contenido de lo que
queremos transmitir (lado izquierdo) con lo que sentimos y pensamos?
(lado derecho)…
Porque el orden en
el que pensamos y decimos las cosas hace que el cerebro las comunique y
entienda de forma diferente. Todos sabemos que no es lo mismo un viejo amigo que un amigo viejo ,
…
pero es que hay muchas más expresiones importantes que apenas
advertimos y que condicionan el mensaje. Y múltiples situaciones en el
aula que solo se ven desde un hemisferio, habitualmente el izquierdo.
Como los adultos hemos perdido gran
parte de nuestra capacidad de asombro por las pequeñas cosas y las
maravillas que nos rodean, (usamos más el cerebro izquierdo, y nos
jactamos de ello), nos da la impresión de que los niños perciben igual
el mundo, pero no es cierto, porque ellos van descubriendo y
asombrándose cada día con nuevas imágenes y matices de las cosas, la
naturaleza, las personas y las relaciones (los niños utilizan más la
parte derecha del cerebro).
Y seguimos matando la capacidad de
descubrimiento e introspección al dar casi todo por supuesto y al estar
condicionados por nuestro ritmo frenético de adultos, y apenas nos
maravillamos ante el cambio de la naturaleza en el transcurrir de las
estaciones.
Pero los niños viven en esa dimensión mental de asombro
(cerebro derecho), que es la más rica fuente de aprendizaje.
Y podemos preguntarnos,…
¿qué
puede hacer un sistema educativo en este caso? Pues muchísimo, porque
los niños pasan bastantes horas en los centros educativos, lugar al que
se va a aprender y no debemos olvidar que aprenden por descubrimiento,
con su maravillosa fantasía, dirigidos por una disciplina acorde a la
edad.
Y es que, a través del asombro, de la
sorpresa, de la fascinación (cerebro derecho), el niño sintoniza con el
mundo y con su entorno y, si le permitimos asombrarse, tenemos gran
parte de la motivación ganada y, así, es mucho más fácil interiorizar
los aprendizajes y que realmente sean válidos y significativos en su
vida.
Y no solo unos conocimientos memorísticos (cerebro izquierdo),
muchas veces inconexos que, en escasas ocasiones, les permiten descubrir
cómo es el mundo a su alrededor. Y, en realidad, todo esto no es
difícil.
Muy al contrario, es la forma natural de aprender y debiera ser
la forma natural de enseñar, porque son capacidades innatas en el ser
humano.
Los
adultos somos los intermediarios entre los niños y el mundo, se
asombran de cada cosa que les enseñamos, que les contamos, que les
ayudamos a descubrir.
Con tanto bombardeo de nuevas
tecnologías (muy útiles y necesarias, sin duda, pero no la única fuente
de conocimiento), los niños están demasiado en contacto con las
máquinas, siendo algo que les va a acompañar el resto de sus vidas y las
van a dominar con mucha facilidad,… pero quizá no sea tan fácil
desarrollar el pensamiento crítico, la socialización, la solución de
conflictos, las artes, el aprendizaje por descubrimiento,… si no somos
capaces de inculcárselo desde bien pequeños.
A partir de los 8 años, si
no hemos hecho esto antes, prácticamente habremos perdido el tren.
Así que muchas innovaciones educativas
que pasan por poner más ordenadores en las aulas, puede que no sean tan
innovadoras si se dejan de lado los auténticos aspectos necesarios en el
desarrollo del ser humano en sus primeros años de vida. Los
legisladores debieran conocer esto, también los docentes para
reflexionar y comenzar a dar más peso específico a lo verdaderamente
importante.
Mientras avancemos en el uso de la tecnología y no lo hagamos de forma paralela en el conocimiento del ser humano,
la neuropsicología, los hemisferios cerebrales y lo que albergan, la
capacidad de la mente, las relaciones, las emociones,… y no aprendamos
ni enseñemos a decidir a la vez con la cabeza y el corazón,
creando un sólido vínculo de apego, no estaremos acertando, sino
abriendo una brecha cada vez más grande en el planteamiento de una
educación integral, holística, que eduque a los niños en descubrir todo
lo que llevan dentro con el objetivo de autorrealizarse, siendo felices y
útiles a la comunidad en la que les ha tocado vivir.
Así que, para empezar, se hace
absolutamente necesario un poco de formación sobre neuropsicología y
educación para asesores y legisladores educativos, editoriales,
políticos del ramo, docentes, padres,… y toda la colectividad educativa.
Fuente: http://ined21.com/neuropsicologia-y-educacion/
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