Cada
vez que ven que la luz roja se enciende, tienen que pulsan el botón,
pero hay un momento en el que dejan de decirles lo que tienen que hacer
El
producto –es decir, los nuevos licenciados– parece perfecto. Pero,
debajo de esa imagen homérica y dinámica del que algún día se convertirá
en CEO de una gran empresa se encuentra latente una gran inseguridad.
Esta se caracteriza, sobre todo, por una enfermiza aversión al riesgo.
“Por definición, nunca han experimentado algo que no sea el éxito”,
explica Deresiewicz. Y está en lo cierto.
Los requisitos académicos y
personales para ser admitido en cualquiera de estos centros son tan
elevados que conseguir menos que un sobresaliente no es una opción. Por
ello, “al no tener margen para el error, evitan los posibilidad de
cometerlo”.
Uno de sus alumnos miró a su profesor como si fuese un
alienígena cuando le sugirió que quizá dedicar menos tiempo para el
estudio le serviría para reflexionar sobre lo que ha aprendido. Otro
manifestaba sentirse completamente inseguro ante la posibilidad de verse
obligado algún día a comer solo.
Algo
que se refleja en las estadísticas de salud mental de los estudiantes,
que se encuentran en su momento más bajo de los últimos 25 años.
“Es
casi como un experimento cruel con animales”, explica en una entrevista
con The Atlantic. “Cada vez que ven que la luz roja se enciende, tienen
que pulsar el botón”. Entre todos esos requisitos se encuentran la
música o participar en una organización caritativa, algo que Deresiewicz
explica que no hacen para los demás, sino para sí mismos y sus
currículos.
“La experiencia ha sido reducida a su función instrumental”.
Por ello, durante cuatro años, los que aspiran a matricularse en una
gran universidad se dedican exclusivamente a tachar de su lista todos
esos hitos que deben haber alcanzado, pero nunca llegan a reflexionar
sobre si realmente desean ser ricos y poderosos.
El terrible mundo real
Una
vez llegan a la universidad, esta no plantea ningún problema. No tienen
más que seguir el camino preestablecido y todo irá bien. Además, los
cursos no son muy exigentes, recuerda Deresiewicz. Se ha llegado a un
“pacto de no agresión” entre profesores y estudiantes, por el cual los
alumnos son “clientes” que reciben altas calificaciones a cambio de un
esfuerzo mínimo. Mientras tanto, los profesores siguen profundizando en
sus proyectos de investigación, lo que realmente garantiza que reciban
incentivos económicos.
Es
después de abandonar los estudios cuando la realidad se presenta
amenazadora. “Por supuesto que están estresados”, recuerda el profesor.
“Nunca han tenido la posibilidad de encontrar su propio camino.
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El
problema es que hay un momento en el que dejan de decirles qué tienen
que hacer”.
Delirios de grandeza y depresión son dos de los grandes
problemas a los que tienen que enfrentarse.
El primero, ocasionado por
el hecho de que sus padres les hayan dicho que son los mejores y los más
listos desde su infancia, un refuerzo positivo que desaparece en el
momento en que se dan cuenta de que, como decía David McCullough, no son
especiales.
Han dejado de medir su valía de forma realista, lo que
provoca que su autoestima se desmorone a la primera de cambio.
Wall
Street se dio cuenta de que las facultades están produciendo
licenciados muy listos y completamente centrados en el trabajo, que no
tienen ni idea de lo que quieren
Irónicamente,
las personas que tendrían la posibilidad de hacer todo lo que
quisieran,terminan siguiendo carreras muy similares. Que son justo
aquellas en las que son necesarios trabajadores y líderes que sigan
caminos preestablecidos, que se muevan únicamente por las ansias de
dinero, estatus e influencia, y que no cuestionen el estado de las
cosas.
Es el caso de la bolsa americana. Como señala una cita del
periodista de Newseek Ezra Klein que reproduce Deresiewicz, “Wall Street
se dio cuenta de que las facultades están produciendo una gran cantidad
de licenciados muy listos y completamente centrados en el trabajo, que
tienen una gran resistencia mental, una buena ética de trabajo y ni idea
de lo que quieren”.
En
última instancia, recuerda el autor, se trata de lucha de clases. Pero
no entre las clases bajas y las altas, sino entre los diversos escalones
de las élites, a los que cualquier otro camino les parece una
excentricidad.
Como recuerda el periodista, el número de estudiantes de
la mitad menos rica de la sociedad se ha reducido en la educación de
élite desde el 46% de 1985 al 15% actual. Y como explicaba el fundador
del Proyecto Minerva Ben Nelson, los habituales métodos de selección de
los estudiantes de las universidades de élite no hacen nada más que dar
preferencia a los más ricos, puesto que ellos son los que tienen el
dinero para contratar a los mejores profesores y enrolar a sus hijos en
las clases de música, fútbol americano, matemáticas, francés, béisbol,
viajes al extranjero, economía y literatura que necesitan para
garantizarse su puesto en la élite.